SALVADOR ARXÉ CLOSA. Psicóleg - Psicoterapeuta. En este Espacio de Psicología, intento exponer curiosidades relacionadas con la psicología del día a día, y temas de contenido social, afectivos y de desarrollo personal.
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dimarts, 22 de desembre del 2015
dilluns, 14 de desembre del 2015
SOY RICO: TENGO TIEMPO.
En el principio de los tiempos, la vida humana se basaba en la supervivencia.
Pero si esto es así, el tiempo como medida de lo cambiante tan sólo es necesario en el mundo de la existencia. Por ello Platón proponía un particular uso del día equilibrado, en el que además del trabajo no faltaban los placeres del alma, los «divinos ocios» como él los llamaba, en que las actividades como el teatro, la pintura, la oratoria, la lectura, etc., permitían al alma hallar su alimento diario.
Según Platón, el día se dividía en cuatro partes equivalentes en tiempo: una para ser destinada a dormir, otra para el trabajo, otra para las comidas, la higiene y similares menesteres, y una última a los divinos ocios.
EN LA ANTIGUA ROMA, dividían el tiempo en «ocio» y «trabajo». El tiempo se deseaba especialmente para un uso prioritariamente lúdico y festivo, pero perdían un poco de vista que el tiempo era a la vez la materia con que se tejía la formación del ser interior. Tener tiempo no debería ser tan sólo disponer de él solo para el ocio, sino disponer equilibradamente de él para adquirir conocimiento y crecimiento personal.
Según expresaba Séneca, en su libro «De la brevedad de la Vida» (Tratados morales), “el pasado” ya no es nuestro pues lo poseemos tan solo en el recuerdo, “el futuro” aún nos es desconocido, y por lo tanto, “el presente” es lo único de lo que disponemos, pero éste es tan fugaz como un instante. El tiempo entonces no tiene valor sino en cuanto se hace buen uso del mismo, y aquellos que se lamentan de la brevedad de la vida son los mismos que despilfarran su contenido en vaguedades.
Cicerón, siguiendo la máxima «tempus fugit» y la practicidad romana afirmaba que «cada momento es único», y así el tiempo individual se engarza con un tiempo histórico, un tiempo colectivo que mide el paso y avances de la humanidad en un determinado momento. En su concepción pragmática e histórica, el hombre tiene un destino concreto que descubrir y realizar para poder llegar a «ser», y si no alcanza a realizarlo «deja de ser», pues habría desperdiciado su tiempo, y por lo tanto, su posibilidad histórica de plasmarse y dejar un legado para el porvenir. Su visión no es la de un mundo tan sólo individual, sino de realizaciones colectivas, y su concepción es la de un compromiso histórico que llevó al mundo romano a reunir culturas, religiones, idiomas e intereses, bajo un ideal común.
Para San Agustín, en cambio, el tiempo tenía un componente psicológico, «es la vida del alma» porque el pasado aún existe dado que podemos recordarlo; el futuro también tiene cierta existencia pues podemos anticiparnos a lo que sucederá, y el presente obviamente existe.
El tiempo dejó de ser entonces algo objetivo o psicológico para ser marcado por los ritos, los rezos y las festividades eclesiásticas que, creaban un ritmo cíclico que se repetía cada año, acercando la conciencia en una espiral creciente hacia una captación trascendente. Así la idea de un tiempo lineal en lo teórico dio paso, en la práctica, a un tiempo cíclico que se repetía eternamente tal como concebían las culturas milenarias y ancestrales.
E. Kant afirma que el tiempo no tiene una realidad fuera de nuestra mente, nosotros somos los que ordenamos nuestras percepciones del espacio y de los objetos según una sucesión temporal propia y subjetiva, que ya existe a priori en nosotros, y que no comprendemos por experimentos o por la experiencia, sino que es una intuición pura previa a la sensibilidad que capta el entorno. Del mismo modo que comprendemos lo que está arriba o abajo, relacionamos los acontecimientos en un antes y un después de modo natural.
Para Hegel, como idealista, el tiempo ya no se considera como un valor ni un marco fijo e inamovible, sino como un camino a través de lo temporal, un devenir que percibe la propia conciencia del hombre y de las civilizaciones para ir acercándose a plasmar la Idea, el Espíritu.
Aparece una nueva revalorización del tiempo personal como imbricado en una realidad histórica; así, filósofos como Hegel, y otros más recientes como Ortega y Gasset, Spengler, Toynbee y Dilthey, han relacionado el «tiempo individual» con un «tiempo colectivo», han anudado el tiempo a la concepción de la historia, recalcando que el hombre en lo colectivo es un ser histórico que no puede vivir de espaldas a su época.
Fue Toynbee quien preparó la idea desarrollada por Mircea Eliade de que el tiempo está sometido a un «eterno retorno», (demostrando que la historia es cíclica, que la humanidad ha visto sucesivas culturas que han pasado por etapas similares de esplendor o por reiterados medioevos, y que las formas gastadas parecen retornar con fuerza, con el empuje de lo novedoso pasados unos años)
EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO, fue el filósofo francés Henri Bergson quien planteó claramente la subjetividad del tiempo, dando un salto cualitativo en las concepciones anteriores.
Para él, hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que podemos medir su duración mediante los relojes, y hay un tiempo auténtico -el único verdadero-, que tiene una «duración real» que conforma la propia vida interior.
Lo antiguo acaba teniendo incluso más valor que en su máximo momento de esplendor y novedad, y por si no fuera ya de por si asombroso, lo hace muchos años después de que fuera arrinconado o substituido por haber quedado ridículo e insuficiente ante el progresivo avance tecnológico constante.
Y con sus más y sus menos, llegamos a nuestra época actual, dónde el tiempo es sumamente escaso, y curiosamente, tendemos a tener cada vez menos, forzándonos a un estrés y a unas condiciones de vida que nos pueden producir graves alteraciones. La prisa concentrada, atraganta nuestra consciencia y no nos permite disfrutar de lo que tenemos, manteniéndonos en un estado permanente de indefensión que impide la sensación de satisfacción personal.
Vivimos centrados en lo ocurrido (pasado) y pendientes de lo que puede ocurrir (futuro) perdiendo la auténtica realidad que significa el presente, al cual, no le dedicamos mucha atención.
El tiempo es el mismo para todos pero no sabemos aprovecharlo y lo perdemos constantemente, mal utilizándolo en multitud de tareas que suponemos más importantes, pero no necesariamente satisfactorias a nivel emocional.
Transformamos el valor del tiempo en productividad, es decir, todo lo que hacemos es “NO PERDERLO” en situaciones que no generen rendimiento de algún tipo.
Ese es el error que pagamos caro durante nuestra vida, y cuando nos damos cuenta o nos concienciamos de ello, ya es tarde para recuperarlo.
El tiempo que realmente es positivo, mentalmente sano y necesario por no decir imprescindible, es precisamente el que la mayoría categoriza como “pérdida de tiempo”.
El tiempo de ocio, el que no aporta rendimiento pero si satisfacción, placer y bienestar, es el realmente importante y caro, y por ello, no puede comprarlo todo el mundo.
En ese punto, comparto totalmente la idea de Séneca y Cicerón (concepción romana de la utilización del tiempo), pero eso sí, con un aporte suficiente del mismo referido al conocimiento y a la formación individual de cada ser humano.
El tiempo dedicado a la educación, es por lo tanto vital e imprescindible.
Las necesidades no estaban cubiertas, ni mucho menos, y las posibilidades de vida eran muy limitadas.
El tiempo era un aliado muy valioso, pero en aquel entonces no se sabía ni podía medirse.
A lo largo de la historia y con los avances de la especie humana, el tiempo empezó a tener diferentes etapas, algunas positivas en su valoración global y otras no tanto.
A lo largo de la historia y con los avances de la especie humana, el tiempo empezó a tener diferentes etapas, algunas positivas en su valoración global y otras no tanto.
Me gustaría empezar con una introducción histórica a lo que podemos entender por “tiempo” en el sentido que pretendo daros a entender. Es por ello que a modo de resumen, utilizaré los datos que aporta una monografía de Ramón Sanchís, filósofo y escritor: “Evolución histórica de las concepciones sobre el tiempo”, que creo adecuada y muy interesante.
EN LA ANTIGUA GRECIA, Platón y Parménides creían en un mundo gradual, con múltiples niveles de realidad. Según ellos, el espíritu precisaba del cuerpo para manifestarse, pero ambos, daban más realidad al espíritu que al cuerpo, algo en contra de la visión que se tiene hoy en día.
Pero si esto es así, el tiempo como medida de lo cambiante tan sólo es necesario en el mundo de la existencia. Por ello Platón proponía un particular uso del día equilibrado, en el que además del trabajo no faltaban los placeres del alma, los «divinos ocios» como él los llamaba, en que las actividades como el teatro, la pintura, la oratoria, la lectura, etc., permitían al alma hallar su alimento diario.
Según Platón, el día se dividía en cuatro partes equivalentes en tiempo: una para ser destinada a dormir, otra para el trabajo, otra para las comidas, la higiene y similares menesteres, y una última a los divinos ocios.
EN LA ANTIGUA ROMA, dividían el tiempo en «ocio» y «trabajo». El tiempo se deseaba especialmente para un uso prioritariamente lúdico y festivo, pero perdían un poco de vista que el tiempo era a la vez la materia con que se tejía la formación del ser interior. Tener tiempo no debería ser tan sólo disponer de él solo para el ocio, sino disponer equilibradamente de él para adquirir conocimiento y crecimiento personal.
Según expresaba Séneca, en su libro «De la brevedad de la Vida» (Tratados morales), “el pasado” ya no es nuestro pues lo poseemos tan solo en el recuerdo, “el futuro” aún nos es desconocido, y por lo tanto, “el presente” es lo único de lo que disponemos, pero éste es tan fugaz como un instante. El tiempo entonces no tiene valor sino en cuanto se hace buen uso del mismo, y aquellos que se lamentan de la brevedad de la vida son los mismos que despilfarran su contenido en vaguedades.
Cicerón, siguiendo la máxima «tempus fugit» y la practicidad romana afirmaba que «cada momento es único», y así el tiempo individual se engarza con un tiempo histórico, un tiempo colectivo que mide el paso y avances de la humanidad en un determinado momento. En su concepción pragmática e histórica, el hombre tiene un destino concreto que descubrir y realizar para poder llegar a «ser», y si no alcanza a realizarlo «deja de ser», pues habría desperdiciado su tiempo, y por lo tanto, su posibilidad histórica de plasmarse y dejar un legado para el porvenir. Su visión no es la de un mundo tan sólo individual, sino de realizaciones colectivas, y su concepción es la de un compromiso histórico que llevó al mundo romano a reunir culturas, religiones, idiomas e intereses, bajo un ideal común.
EN LA EDAD MEDIA, el tiempo discurre como en una línea recta, sin ciclo alguno, y los hombres viven en un tiempo terreno, no autónomo sino creado, pudiendo llegar algún día a alcanzar la eternidad en la que se halla Dios. La eternidad es como un fondo estrellado, distante e inmóvil, pero alcanzable para el hombre que tiene fe. El tiempo lineal da un aliento de esperanza al creyente, pues al final de la larga escalera temporal ésta siempre le llevará a la cúspide de la merecida eternidad. Para la fe cristiana el hombre es un ser trascendente y la vida no es más que un estar de paso.
Para San Agustín, en cambio, el tiempo tenía un componente psicológico, «es la vida del alma» porque el pasado aún existe dado que podemos recordarlo; el futuro también tiene cierta existencia pues podemos anticiparnos a lo que sucederá, y el presente obviamente existe.
El tiempo dejó de ser entonces algo objetivo o psicológico para ser marcado por los ritos, los rezos y las festividades eclesiásticas que, creaban un ritmo cíclico que se repetía cada año, acercando la conciencia en una espiral creciente hacia una captación trascendente. Así la idea de un tiempo lineal en lo teórico dio paso, en la práctica, a un tiempo cíclico que se repetía eternamente tal como concebían las culturas milenarias y ancestrales.
EN EL MUNDO MODERNO, desaparece la visión subjetiva del tiempo, y es a partir de Galileo y Newton cuando la mecánica clásica lo concebirá como un valor matemático, como algo fijo, absoluto y medible, que puede conocerse por experimentos, cuya realidad no precisa relacionarse ya con el movimiento para ser medida, y que existe desde el fondo de los tiempos hasta la eternidad, como algo ilimitado e inamovible, constante como un tic-tac que no pudiera parar.
E. Kant afirma que el tiempo no tiene una realidad fuera de nuestra mente, nosotros somos los que ordenamos nuestras percepciones del espacio y de los objetos según una sucesión temporal propia y subjetiva, que ya existe a priori en nosotros, y que no comprendemos por experimentos o por la experiencia, sino que es una intuición pura previa a la sensibilidad que capta el entorno. Del mismo modo que comprendemos lo que está arriba o abajo, relacionamos los acontecimientos en un antes y un después de modo natural.
Para Hegel, como idealista, el tiempo ya no se considera como un valor ni un marco fijo e inamovible, sino como un camino a través de lo temporal, un devenir que percibe la propia conciencia del hombre y de las civilizaciones para ir acercándose a plasmar la Idea, el Espíritu.
Aparece una nueva revalorización del tiempo personal como imbricado en una realidad histórica; así, filósofos como Hegel, y otros más recientes como Ortega y Gasset, Spengler, Toynbee y Dilthey, han relacionado el «tiempo individual» con un «tiempo colectivo», han anudado el tiempo a la concepción de la historia, recalcando que el hombre en lo colectivo es un ser histórico que no puede vivir de espaldas a su época.
Fue Toynbee quien preparó la idea desarrollada por Mircea Eliade de que el tiempo está sometido a un «eterno retorno», (demostrando que la historia es cíclica, que la humanidad ha visto sucesivas culturas que han pasado por etapas similares de esplendor o por reiterados medioevos, y que las formas gastadas parecen retornar con fuerza, con el empuje de lo novedoso pasados unos años)
EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO, fue el filósofo francés Henri Bergson quien planteó claramente la subjetividad del tiempo, dando un salto cualitativo en las concepciones anteriores.
Para él, hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que podemos medir su duración mediante los relojes, y hay un tiempo auténtico -el único verdadero-, que tiene una «duración real» que conforma la propia vida interior.
Una vez terminada esta introducción, creo que puede entenderse con mayor claridad que a lo largo de la historia, las modas cambian, siempre lo han hecho, y posiblemente, siempre lo harán. Como intento plasmar, lo que antaño se desechaba, ahora es de nuevo reconocido, apreciado y valorado.
Lo antiguo acaba teniendo incluso más valor que en su máximo momento de esplendor y novedad, y por si no fuera ya de por si asombroso, lo hace muchos años después de que fuera arrinconado o substituido por haber quedado ridículo e insuficiente ante el progresivo avance tecnológico constante.
Y con sus más y sus menos, llegamos a nuestra época actual, dónde el tiempo es sumamente escaso, y curiosamente, tendemos a tener cada vez menos, forzándonos a un estrés y a unas condiciones de vida que nos pueden producir graves alteraciones. La prisa concentrada, atraganta nuestra consciencia y no nos permite disfrutar de lo que tenemos, manteniéndonos en un estado permanente de indefensión que impide la sensación de satisfacción personal.
Vivimos centrados en lo ocurrido (pasado) y pendientes de lo que puede ocurrir (futuro) perdiendo la auténtica realidad que significa el presente, al cual, no le dedicamos mucha atención.
El tiempo es el mismo para todos pero no sabemos aprovecharlo y lo perdemos constantemente, mal utilizándolo en multitud de tareas que suponemos más importantes, pero no necesariamente satisfactorias a nivel emocional.
Transformamos el valor del tiempo en productividad, es decir, todo lo que hacemos es “NO PERDERLO” en situaciones que no generen rendimiento de algún tipo.
Ese es el error que pagamos caro durante nuestra vida, y cuando nos damos cuenta o nos concienciamos de ello, ya es tarde para recuperarlo.
El tiempo que realmente es positivo, mentalmente sano y necesario por no decir imprescindible, es precisamente el que la mayoría categoriza como “pérdida de tiempo”.
El tiempo de ocio, el que no aporta rendimiento pero si satisfacción, placer y bienestar, es el realmente importante y caro, y por ello, no puede comprarlo todo el mundo.
En ese punto, comparto totalmente la idea de Séneca y Cicerón (concepción romana de la utilización del tiempo), pero eso sí, con un aporte suficiente del mismo referido al conocimiento y a la formación individual de cada ser humano.
El tiempo dedicado a la educación, es por lo tanto vital e imprescindible.
Si de algo empiezo a estar muy seguro es que la vida, en algún momento, nos permite tener una opción de cambio, sea por una causa u otra. Llegamos a una situación crítica que nos obliga a reconducir, replantear o a variar ostensiblemente nuestro ritmo cotidiano. Que lo aprovechemos o no, es sólo nuestra decisión.
Pero lo que yo he vivido por experiencia está muy claro:
- Todos los que han decidido tener un poco más de tiempo para sí mismos, son mucho más felices que antes, y saborean con mayor intensidad las pequeñas cosas del día a día, sin que objetivos insustituibles de antaño, empañen de nuevo esta vida que nunca hubiera existido sin ese cambio de rumbo y esa decisión límite.
- La sensación de bienestar resultante, equivale sin duda alguna, al placer de tener más de lo que necesitamos, y esa percepción es solamente comparable a la que da una situación económica desahogada en el mundo donde el tiempo productivo es el objetivo principal. Y por ello, desde este análisis, cuanto más tiempo tengo para ociar y/o crecer a nivel personal, más rico puedo considerarme.
- Todos los que han decidido tener un poco más de tiempo para sí mismos, son mucho más felices que antes, y saborean con mayor intensidad las pequeñas cosas del día a día, sin que objetivos insustituibles de antaño, empañen de nuevo esta vida que nunca hubiera existido sin ese cambio de rumbo y esa decisión límite.
- La sensación de bienestar resultante, equivale sin duda alguna, al placer de tener más de lo que necesitamos, y esa percepción es solamente comparable a la que da una situación económica desahogada en el mundo donde el tiempo productivo es el objetivo principal. Y por ello, desde este análisis, cuanto más tiempo tengo para ociar y/o crecer a nivel personal, más rico puedo considerarme.
dimarts, 1 de desembre del 2015
LOS TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD (TP).
Se habla mucho de si esta persona o la otra tiene o no un problema de personalidad, y entre la gente corren comentarios al respecto con una etiqueta que fácilmente se agrega y que en muchos casos no es cierta.
Todos hemos oído alguna vez que si éste es un TP, que si es agresivo, o amenazante, que no sabemos dónde puede llegar cuando se enoja o le provocan en una situación determinada.
Me gustaría intentar aclarar un poco que es realmente un trastorno de personalidad y las consecuencias que tiene para el que lo padece y para los que conviven con él.
1. COGNICIÓN,
Como puede verse, hay mucho que desarrollar y no es mi intención hacer una monografía tan densa y completa.
Prefiero explicar a grandes rasgos características básicas de cada una de ellas en base a saber diferenciarlas por la importancia de sus manifestaciones conductuales.
He encontrado un ejemplo muy gráfico que creo que ilustra suficientemente bien lo que significa la misma situación según se viva por un subtipo de TP u otro.
Todos hemos oído alguna vez que si éste es un TP, que si es agresivo, o amenazante, que no sabemos dónde puede llegar cuando se enoja o le provocan en una situación determinada.
Me gustaría intentar aclarar un poco que es realmente un trastorno de personalidad y las consecuencias que tiene para el que lo padece y para los que conviven con él.
Un “Trastorno de Personalidad” según el DSM-V, es un patrón permanente de experiencia interna y comportamiento que se aparta significativamente de las expectativas de la cultura del sujeto. Puede afectar dos o más de las siguientes áreas:
1. COGNICIÓN,
formas de percibir o interpretarse a uno mismo, a los demás y a los acontecimientos
2. AFECTIVIDAD,
2. AFECTIVIDAD,
en cuanto se refiere a la gama, intensidad, labilidad y adecuación de la respuesta emocional
3. FUNCIONAMIENTO INTERPERSONAL
4. CONTROL DE LOS IMPULSOS
Éste patrón es persistente e inflexible, extendiéndose a una amplia gama de situaciones personales y sociales. Provoca malestar clínico significativo o deterioro social/laboral/familiar/personal. Es un patrón estable y de larga duración, con inicio en la adolescencia o al principio de la edad adulta. No es atribuible como consecuencia ni manifestación de otro trastorno mental, ni es debido a los efectos fisiológicos de alguna sustancia (drogas, fármacos) ni a una enfermedad médica (tumor cerebral, traumatismo craneal,…)
Lo que empieza a llamar la atención, y a mi modo de ver es muy importante, es la certeza de que ese patrón conlleva una larga evolución, y no sólo es una respuesta a una situación de estrés que está afectando al sujeto.
Theodore Millon (Manhattan, 1928-Greenville Township, 29 de enero de 2014) fue un psicólogo estadounidense pionero en la investigación sobre la personalidad, y valoraba la diferencia entre un TP y una personalidad sana.
Un “trastorno de personalidad” es un modo particular y patológico de ser y comportarse que:
· Es omnipresente, es decir, se pone de manifiesto en la mayor parte de las situaciones y contextos, y abarca un amplio rango de comportamientos, sentimientos y experiencias.
· No es producto de una situación o acontecimiento vital concreto, sino que abarca la mayor parte del ciclo vital del individuo.
· Es inflexible, rígido.
· Dificulta la adquisición de nuevas habilidades y comportamientos, especialmente en el ámbito de las relaciones sociales, perjudicando el desarrollo del individuo.
· Hace al individuo frágil y vulnerable antes situaciones nuevas que requieren cambios.
· No se ajusta a lo que cabría esperar para ese individuo, teniendo en cuenta su contexto sociocultural.
· Produce malestar y sufrimiento al individuo o a quienes le rodean: provoca interferencias en diversos ámbitos (social, familiar, laboral, etc.)
· El malestar es más bien consecuencia de la no aceptación por parte de los demás del modo de ser del individuo más que una característica intrínseca del trastorno. En general suelen ser ego-sintónicos (de acuerdo con el Yo).
· La conciencia de enfermedad o anomalía es escasa o inexistente.
En cambio una “personalidad sana” se caracteriza por:
· Ser adaptativa.
· Su flexibilidad.
· Tener un funcionamiento autónomo y competente en diferentes áreas de la vida.
· Habilidad para establecer relaciones interpersonales satisfactorias.
· Capacidad para conseguir metas propias, con el consiguiente sentimiento de satisfacción subjetiva.
3. FUNCIONAMIENTO INTERPERSONAL
4. CONTROL DE LOS IMPULSOS
Éste patrón es persistente e inflexible, extendiéndose a una amplia gama de situaciones personales y sociales. Provoca malestar clínico significativo o deterioro social/laboral/familiar/personal. Es un patrón estable y de larga duración, con inicio en la adolescencia o al principio de la edad adulta. No es atribuible como consecuencia ni manifestación de otro trastorno mental, ni es debido a los efectos fisiológicos de alguna sustancia (drogas, fármacos) ni a una enfermedad médica (tumor cerebral, traumatismo craneal,…)
Lo que empieza a llamar la atención, y a mi modo de ver es muy importante, es la certeza de que ese patrón conlleva una larga evolución, y no sólo es una respuesta a una situación de estrés que está afectando al sujeto.
Theodore Millon (Manhattan, 1928-Greenville Township, 29 de enero de 2014) fue un psicólogo estadounidense pionero en la investigación sobre la personalidad, y valoraba la diferencia entre un TP y una personalidad sana.
Un “trastorno de personalidad” es un modo particular y patológico de ser y comportarse que:
· Es omnipresente, es decir, se pone de manifiesto en la mayor parte de las situaciones y contextos, y abarca un amplio rango de comportamientos, sentimientos y experiencias.
· No es producto de una situación o acontecimiento vital concreto, sino que abarca la mayor parte del ciclo vital del individuo.
· Es inflexible, rígido.
· Dificulta la adquisición de nuevas habilidades y comportamientos, especialmente en el ámbito de las relaciones sociales, perjudicando el desarrollo del individuo.
· Hace al individuo frágil y vulnerable antes situaciones nuevas que requieren cambios.
· No se ajusta a lo que cabría esperar para ese individuo, teniendo en cuenta su contexto sociocultural.
· Produce malestar y sufrimiento al individuo o a quienes le rodean: provoca interferencias en diversos ámbitos (social, familiar, laboral, etc.)
· El malestar es más bien consecuencia de la no aceptación por parte de los demás del modo de ser del individuo más que una característica intrínseca del trastorno. En general suelen ser ego-sintónicos (de acuerdo con el Yo).
· La conciencia de enfermedad o anomalía es escasa o inexistente.
En cambio una “personalidad sana” se caracteriza por:
· Ser adaptativa.
· Su flexibilidad.
· Tener un funcionamiento autónomo y competente en diferentes áreas de la vida.
· Habilidad para establecer relaciones interpersonales satisfactorias.
· Capacidad para conseguir metas propias, con el consiguiente sentimiento de satisfacción subjetiva.
Dentro de los trastornos de personalidad, existen cuatro diferentes subtipos:
GRUPO A, considerados como trastornos de rareza o excentricidad, y son:
- a. TP Paranoide
- b. TP Esquizoide
- c. TP Esquizotípica
- a. TP Antisocial
- b. TP Límite
- c. TP Histriónico
- d. TP Narcisista
- a. TP Evitativo
- b. TP Dependiente
- c. TP Obsesivo-compulsivo
- a. Cambio de la Personalidad por afección médica
- b. TP Especificado
- c. TP NO Especificado
Como puede verse, hay mucho que desarrollar y no es mi intención hacer una monografía tan densa y completa.
Prefiero explicar a grandes rasgos características básicas de cada una de ellas en base a saber diferenciarlas por la importancia de sus manifestaciones conductuales.
He encontrado un ejemplo muy gráfico que creo que ilustra suficientemente bien lo que significa la misma situación según se viva por un subtipo de TP u otro.
Las personas con TP pueden mostrar distintos estados emocionales y de conducta según su edad, el inicio de sus síntomas, su salud en general, la importancia de sus síntomas, su decisión de aceptar sus dificultades de adaptación, la aceptación o no de ayudarse con psicofármacos, etc.
Son cuadros difíciles de tratar y de pronóstico reservado, en los que es aconsejable una participación familiar y del entorno social-afectivo del sujeto implicado.
Es frecuente que las personas del entorno del afectado, se dejen convencer (manipular) por el mismo para intentar evitar los enfados o muestras de impulsos agresivos, con lo cual, sólo se consigue reforzar las conductas patológicas.
Hay que tener bien presente que este tipo de sujetos intentan conseguir que nos desestabilicemos para tenernos en el terreno que más les conviene. Rechazan las normas y los protocolos de forma constante, buscando justificaciones, que curiosamente, siempre tienen al alcance. Nunca son culpables de nada. Siempre son los demás o las circunstancias las responsables de lo ocurrido.
Hay que evitar siempre en lo posible el hecho de personalizar en uno mismo lo que está pasando. Responder con agresividad y/o ira, no va a aportarnos ninguna ventaja, más bien todo lo contrario.
Creo importante comentar que muchas veces el TP queda tapado por un aparente cuadro depresivo o ansioso, que dificulta reconocer el trastorno y nos confunde haciéndonos pensar en otras opciones, que no son las reales y auténticas.
Es fácil que las personas con TP, tengan tendencias adictivas, comportamientos autodestructivos, malestar físico importante, conductas de riesgo, falta de continuidad en lo que hacen y suelen ser superficiales con falta de rigor adecuado.
Son cuadros difíciles de tratar y de pronóstico reservado, en los que es aconsejable una participación familiar y del entorno social-afectivo del sujeto implicado.
Es frecuente que las personas del entorno del afectado, se dejen convencer (manipular) por el mismo para intentar evitar los enfados o muestras de impulsos agresivos, con lo cual, sólo se consigue reforzar las conductas patológicas.
Hay que tener bien presente que este tipo de sujetos intentan conseguir que nos desestabilicemos para tenernos en el terreno que más les conviene. Rechazan las normas y los protocolos de forma constante, buscando justificaciones, que curiosamente, siempre tienen al alcance. Nunca son culpables de nada. Siempre son los demás o las circunstancias las responsables de lo ocurrido.
Hay que evitar siempre en lo posible el hecho de personalizar en uno mismo lo que está pasando. Responder con agresividad y/o ira, no va a aportarnos ninguna ventaja, más bien todo lo contrario.
Creo importante comentar que muchas veces el TP queda tapado por un aparente cuadro depresivo o ansioso, que dificulta reconocer el trastorno y nos confunde haciéndonos pensar en otras opciones, que no son las reales y auténticas.
Es fácil que las personas con TP, tengan tendencias adictivas, comportamientos autodestructivos, malestar físico importante, conductas de riesgo, falta de continuidad en lo que hacen y suelen ser superficiales con falta de rigor adecuado.
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dilluns, 16 de novembre del 2015
LOS LIMITES PERSONALES: ÉXITO SOCIAL VERSUS CONCIENCIA PERSONAL. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.
Todos nosotros nos encontramos a menudo con diversos obstáculos que implican necesariamente un cambio en nuestra actitud, respuesta conductal o manera de hacer las cosas.
De hecho, algunos de estos obstáculos nos obligan a tomar decisiones importantes y, en ocasiones, trascendentales, por lo que debemos ser muy conscientes de hasta dónde podemos llegar y cuál es nuestro techo. “Decidir”, implica necesariamente cierto riesgo, puesto que no siempre sabemos que puede ocurrir al elegir una opción determinada. Las dudas, el miedo, la incertidumbre, la inseguridad la auto desconfianza, y otras variables, son algunas de las dificultades que deberemos superar para conseguir nuestro objetivo final.
Es el momento de concienciarnos de nuestros límites y de cómo vamos a seguir avanzando para tener la posibilidad de mejorar o adaptarnos adecuadamente a las nuevas situaciones que viviremos.
Nos da miedo aceptar esas limitaciones y buscamos cualquier explicación para justificar una carencia o una falta de recursos personales de afrontamiento.
El juicio autocrítico no es fácil para nadie. Todos queremos conseguir lo que nos proponemos y superar las dificultades una tras otra, pero no siempre es posible.
Sin poder remediarlo, empiezan las interminables comparaciones de unos y otros, acentuando más lo que uno “tenga” o lo que “consiga” que lo que realmente “sea” en sí mismo.
Valorar las características superficiales de los demás, no suele aportar nada positivo al ser humano, sino más bien todo lo contrario. Nos mediremos y nos valoraremos por el éxito social y no por la conciencia personal.
El éxito social, facilita enormemente la consecución de multitud de deseos propios con la ayuda de los demás, con su apoyo y aprobación, su ánimo y su esfuerzo añadido al nuestro para conseguir alcanzar las metas y objetivos propuestos. Consecuentemente, se basa en la facilidad para relacionarse bien, seducir a los demás, atraer su atención y, a la vez, hacerles participar en nuestro proyecto como si también pudiera ser el suyo.
Al conseguir llegar a ese estadio, se nos facilita mucho el trabajo. Nuestros “admiradores” y/o seguidores, se añaden gustosamente a colaborar con nosotros en lo posible para, finalmente, ayudarnos a culminar con éxito los objetivos que nos hemos fijado.
Deberemos tener en cuenta los límites de ambos como los auténticos pilotos de nuestras decisiones.
¿Nos dejaremos llevar por la satisfacción muy golosa del éxito social con lo que supone?, o por el contrario, ¿pesará mucho más nuestra consciencia personal, la cual, no genera tanto placer ni gratificación?
A partir de este punto, entramos en otro de los grandes conceptos a tener muy en cuenta: IE (inteligencia emocional).
El término se popularizó con Daniel Goleman, psicólogo estadounidense y profesor de Psicología en la Universidad de Harvard, al publicar su libro con ese título en 1995.
Él decía lo siguiente:
“La inteligencia emocional es una forma de interactuar con el mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental. Ellas configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una buena y creativa adaptación social”.
Para Daniel Goleman, la IE se puede organizar en 5 capacidades:
1. Conocer emociones y sentimientos
2. Aprender a manejar esas emociones
3. Conseguir crear motivaciones propias
4. Aprender a reconocerlas en los demás
5. Gestionar adecuadamente las relaciones
Resulta evidente, que hoy en día y desafortunadamente, la IE no abunda en absoluto. Es más, incluso parece que los pocos que pueden disponer de ella y manifestarla, reciben un trato de infravaloración y burla por manifestar un poco su humanidad.
Lamentablemente y como ya he dicho más de una vez en otros posts, no hay tiempo para dejarnos seducir por nuestras propias emociones y, mucho menos, por las de los demás. Lo práctico, pragmático y rentable son el objetivo a priori, y lo que no se encamine en esta línea, no tiene valor ni significación suficiente para ser considerado necesario.
Con esa actitud, y esa mayúscula falta de empatía, llegamos al entorno perfecto para que la ira, la rabia, la agresividad, el egoísmo y la fuerza, sean las reinas dominantes en nuestra vida personal y social.
Los fanatismos empiezan a tener cabida por la debilidad emocional de no ser capaces de intentar comprender lo que no conocemos, y la ignorancia de creer que solamente lo que nosotros pensamos es lo correcto, con lo cual, intentamos inculcar y convencer a los demás nuestros criterios de una forma totalmente subjetiva.
Nos mantenemos en un constante estado de alerta permanente que nos fatiga y nos rigidifica al punto de convertirnos en autómatas carentes de juicio crítico suficiente.
Somos incapaces de percibir con nuestra consciencia personal y de encontrarnos sin conexión alguna con nuestros sentimientos, lo que imposibilita el empatizar adecuadamente y valorar como pueden sentirse los demás. Y lo cierto es evidente en este caso: ¿cómo podemos ponernos en el lugar del otro si no podemos aceptar ni ver lo que sentimos nosotros?
La posibilidad de conseguir el éxito social y el “supuesto prestigio” que le acompaña, es adictivo y muy difícil de abandonar.
Es mejor lo que parece que lo que realmente es.
Ser consciente del otro y de las emociones, es un error y una debilidad.
Imponer y manipular son cuestiones prioritarias.
Emocionarse y sentir es inaceptable y una demostración de debilidad ante los que piensan que los objetivos pueden conseguirse de cualquier manera y a cualquier precio.
Empezamos a traspasar la delgada línea que separa lo humano de lo inhumano, la auténtica verdad de la mentira justificadora, lo que está bien de lo que está mal, de una posibilidad de reconducirnos al lado de la paz y la tranquilidad o de acabar hundidos totalmente en el pozo de la oscuridad absoluta.
Espero que seamos capaces de desarrollar totalmente nuestro potencial de inteligencia emocional, y que por primera vez consigamos salir de la destrucción progresiva a la que nos somete nuestro ansiado egoísmo y nuestra falta de empatía.
De hecho, algunos de estos obstáculos nos obligan a tomar decisiones importantes y, en ocasiones, trascendentales, por lo que debemos ser muy conscientes de hasta dónde podemos llegar y cuál es nuestro techo. “Decidir”, implica necesariamente cierto riesgo, puesto que no siempre sabemos que puede ocurrir al elegir una opción determinada. Las dudas, el miedo, la incertidumbre, la inseguridad la auto desconfianza, y otras variables, son algunas de las dificultades que deberemos superar para conseguir nuestro objetivo final.
Es el momento de concienciarnos de nuestros límites y de cómo vamos a seguir avanzando para tener la posibilidad de mejorar o adaptarnos adecuadamente a las nuevas situaciones que viviremos.
Nos da miedo aceptar esas limitaciones y buscamos cualquier explicación para justificar una carencia o una falta de recursos personales de afrontamiento.
El juicio autocrítico no es fácil para nadie. Todos queremos conseguir lo que nos proponemos y superar las dificultades una tras otra, pero no siempre es posible.
Sin poder remediarlo, empiezan las interminables comparaciones de unos y otros, acentuando más lo que uno “tenga” o lo que “consiga” que lo que realmente “sea” en sí mismo.
Valorar las características superficiales de los demás, no suele aportar nada positivo al ser humano, sino más bien todo lo contrario. Nos mediremos y nos valoraremos por el éxito social y no por la conciencia personal.
Desde mi punto de vista, la consciencia personal, sería el conocimiento más o menos profundo de todo aquello que nos rodea, y que podemos analizar y enjuiciar de un modo contrastable a nivel social, pero siempre desde una perspectiva propia, única, y valga la redundancia, personal.
El éxito social, facilita enormemente la consecución de multitud de deseos propios con la ayuda de los demás, con su apoyo y aprobación, su ánimo y su esfuerzo añadido al nuestro para conseguir alcanzar las metas y objetivos propuestos. Consecuentemente, se basa en la facilidad para relacionarse bien, seducir a los demás, atraer su atención y, a la vez, hacerles participar en nuestro proyecto como si también pudiera ser el suyo.
Al conseguir llegar a ese estadio, se nos facilita mucho el trabajo. Nuestros “admiradores” y/o seguidores, se añaden gustosamente a colaborar con nosotros en lo posible para, finalmente, ayudarnos a culminar con éxito los objetivos que nos hemos fijado.
Aclarados los dos conceptos, consciencia personal y éxito social, me interesa especialmente su inter-influencia y las consecuencias que se derivan de ello, y a su vez, como decidiremos o no hacer las cosas de una determinada manera.
Deberemos tener en cuenta los límites de ambos como los auténticos pilotos de nuestras decisiones.
¿Nos dejaremos llevar por la satisfacción muy golosa del éxito social con lo que supone?, o por el contrario, ¿pesará mucho más nuestra consciencia personal, la cual, no genera tanto placer ni gratificación?
A partir de este punto, entramos en otro de los grandes conceptos a tener muy en cuenta: IE (inteligencia emocional).
El primer uso del término IE es atribuido a Wayne Payne, un alumno graduado de una universidad de artes alternativas liberales en los Estados Unidos, citado en su tesis doctoral: “Un estudio de las emociones: el desarrollo de la inteligencia emocional (1985)”.
El término se popularizó con Daniel Goleman, psicólogo estadounidense y profesor de Psicología en la Universidad de Harvard, al publicar su libro con ese título en 1995.
Él decía lo siguiente:
“La inteligencia emocional es una forma de interactuar con el mundo que tiene muy en cuenta los sentimientos, y engloba habilidades tales como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia, la empatía, la agilidad mental. Ellas configuran rasgos de carácter como la autodisciplina, la compasión o el altruismo, que resultan indispensables para una buena y creativa adaptación social”.
Para Daniel Goleman, la IE se puede organizar en 5 capacidades:
1. Conocer emociones y sentimientos
2. Aprender a manejar esas emociones
3. Conseguir crear motivaciones propias
4. Aprender a reconocerlas en los demás
5. Gestionar adecuadamente las relaciones
Resulta evidente, que hoy en día y desafortunadamente, la IE no abunda en absoluto. Es más, incluso parece que los pocos que pueden disponer de ella y manifestarla, reciben un trato de infravaloración y burla por manifestar un poco su humanidad.
Lamentablemente y como ya he dicho más de una vez en otros posts, no hay tiempo para dejarnos seducir por nuestras propias emociones y, mucho menos, por las de los demás. Lo práctico, pragmático y rentable son el objetivo a priori, y lo que no se encamine en esta línea, no tiene valor ni significación suficiente para ser considerado necesario.
Con esa actitud, y esa mayúscula falta de empatía, llegamos al entorno perfecto para que la ira, la rabia, la agresividad, el egoísmo y la fuerza, sean las reinas dominantes en nuestra vida personal y social.
Los fanatismos empiezan a tener cabida por la debilidad emocional de no ser capaces de intentar comprender lo que no conocemos, y la ignorancia de creer que solamente lo que nosotros pensamos es lo correcto, con lo cual, intentamos inculcar y convencer a los demás nuestros criterios de una forma totalmente subjetiva.
De este modo, no podemos crecer ni desarrollarnos.
Nos mantenemos en un constante estado de alerta permanente que nos fatiga y nos rigidifica al punto de convertirnos en autómatas carentes de juicio crítico suficiente.
Somos incapaces de percibir con nuestra consciencia personal y de encontrarnos sin conexión alguna con nuestros sentimientos, lo que imposibilita el empatizar adecuadamente y valorar como pueden sentirse los demás. Y lo cierto es evidente en este caso: ¿cómo podemos ponernos en el lugar del otro si no podemos aceptar ni ver lo que sentimos nosotros?
La posibilidad de conseguir el éxito social y el “supuesto prestigio” que le acompaña, es adictivo y muy difícil de abandonar.
Es mejor lo que parece que lo que realmente es.
Ser consciente del otro y de las emociones, es un error y una debilidad.
Imponer y manipular son cuestiones prioritarias.
Emocionarse y sentir es inaceptable y una demostración de debilidad ante los que piensan que los objetivos pueden conseguirse de cualquier manera y a cualquier precio.
Empezamos a traspasar la delgada línea que separa lo humano de lo inhumano, la auténtica verdad de la mentira justificadora, lo que está bien de lo que está mal, de una posibilidad de reconducirnos al lado de la paz y la tranquilidad o de acabar hundidos totalmente en el pozo de la oscuridad absoluta.
Espero que seamos capaces de desarrollar totalmente nuestro potencial de inteligencia emocional, y que por primera vez consigamos salir de la destrucción progresiva a la que nos somete nuestro ansiado egoísmo y nuestra falta de empatía.
dimecres, 12 d’agost del 2015
EL APOCALIPSIS DE LA EDUCACIÓN: LA ADICCIÓN TECNOLÓGICA.
De niño, con no más de 6 o 7 años, recuerdo con cierta nostalgia como nos divertíamos jugando con mis amigos a montar a caballo por la inmensidad de muchos paisajes que veíamos en televisión, en blanco y negro, claro, y con sólo 2 canales.
Una escoba de caña, con cola de esparto trenzado, hacía las funciones de un buen caballo, incansable y siempre dispuesto a la aventura.
Nuestra imaginación era increíble, puesto que tenía un absoluto protagonismo en todo lo que hacíamos para divertirnos y ociar en vacaciones.
Los juegos duraban hasta que agotados de correr y matar enemigos, dejábamos lo que estábamos haciendo y empezábamos una guerra con soldados de plástico pequeñitos o increíbles construcciones con piezas ajustables o mecanos metálicos.
Por desgracia, hoy en día, eso ya casi no ocurre.
La mayor parte del tiempo de ocio, se pasa encerrado en una habitación no muy grande y mirando sin parar una pantalla de plasma plana a la que conectamos una video-cónsola que nos domina con total impunidad y absoluta indiscriminación.
¡Que los dioses protejan al que intente desconectar el juego, o proponga dejar de jugar con el videojuego!
Lamentablemente y sin ser muy conscientes, empezamos una nueva era en una adicción que día a día va creciendo más, y como en cualquier otra, las consecuencias pueden ser peligrosas y desadaptativas en extremo. El concepto de adicción se refiere a la enfermedad crónica y recurrente caracterizada por la búsqueda patológica de la gratificación y/o satisfacción a través del juego, con la imposibilidad de controlar dicha conducta y con un deseo constante y continuo de seguir jugando sin advertir los problemas que esta situación acarrean a la persona.
Hemos cambiado el caballo de madera que requería imaginación y juego social por un juego lógico que necesita nutrirse de nuestra personalidad y transformarnos en seres que sólo tienen un objetivo: destruir o ser destruidos. Se ha terminado el grupo para ir a lo individual, la risa por deseo a la agresividad por obligación, el compañerismo por la competitividad, en otras palabras, hemos aprendido a cambiar el ocio para descansar un rato de la vida que llevamos al ocio informático que sustituye las realidades de una vida que cada vez es más ficticia.
La personalidad del niño es como una esponja y se nutre de todo aquello que su entorno le proporciona. Aprende sobre la marcha y se queda con lo que le motiva, interesa o le permite sentirse bien.
Es en esta situación dónde se produce el impacto del juego definido y con objetivos.
Como en todo negocio, los grandes y sustanciosos beneficios de la industria informática aplicada a los juegos, desarrolla sin rubor alguno, una grave dependencia al niño que le llevará progresivamente a convertir un deseo en una necesidad prácticamente vital, y dedicará casi todo el tiempo disponible a conectarse para jugar sin descanso hasta conseguir pasar todos los niveles del juego. Y eso, sólo es el principio.
Esta forma de jugar atenta contra la propia elección de la persona y tendrá consecuencias en el futuro en todos los sentidos.
Como en cualquier campo, un uso adecuado de los juegos no debería generar inconvenientes ni problemas, pero lo cierto es que no somos del todo conscientes del peligro que supone un “dejar hacer” sin limitar el tiempo ni las situaciones de juego.
Los niños cuando juegan en silencio en su habitación no molestan, no existen y esa sensación de no tener que luchar con ellos por cada cosa y poder relajarse, hace que muchos padres o adultos responsables de los niños, permitan este tipo de actividad lúdica sin los límites y tiempo adecuados.
Sólo a nivel descriptivo y para poder plantearnos la conveniencia o no de cambiar algunos hábitos, los efectos negativos del exceso en el uso de videojuegos, puede producir importantes carencias y/o dificultades tanto a nivel físico como psíquico.
La Dra. Concepción Ruipérez Cebrián, pediatra del Hospital Quirón de Torrevieja, habla de los posibles riesgos de un uso excesivo de este tipo de juegos. Entre las más importantes, citaría:
FÍSICOS:
PSÍQUICOS:
Es importante advertir que esos síntomas patológicos pueden o no producirse, pero está claro que cada vez existen más casos y deberíamos ser más estrictos con la permisividad que facilitamos a los niños en este sentido.
Desarrollar los juegos no tecnológicos, el deporte, los encuentro de amigos para hacer actividades al aire libre y estimular la imaginación del niño con actividades diversas, ayudarán a no compartimentar la atención del niño en un sólo sentido, y esa predisposición inicial a la curiosidad por todas las opciones de ocio, pueden disminuir la ya definitivamente instaurada "adicción a los videojuegos"
Una escoba de caña, con cola de esparto trenzado, hacía las funciones de un buen caballo, incansable y siempre dispuesto a la aventura.
Nuestra imaginación era increíble, puesto que tenía un absoluto protagonismo en todo lo que hacíamos para divertirnos y ociar en vacaciones.
Los juegos duraban hasta que agotados de correr y matar enemigos, dejábamos lo que estábamos haciendo y empezábamos una guerra con soldados de plástico pequeñitos o increíbles construcciones con piezas ajustables o mecanos metálicos.
Por desgracia, hoy en día, eso ya casi no ocurre.
La mayor parte del tiempo de ocio, se pasa encerrado en una habitación no muy grande y mirando sin parar una pantalla de plasma plana a la que conectamos una video-cónsola que nos domina con total impunidad y absoluta indiscriminación.
¡Que los dioses protejan al que intente desconectar el juego, o proponga dejar de jugar con el videojuego!
Lamentablemente y sin ser muy conscientes, empezamos una nueva era en una adicción que día a día va creciendo más, y como en cualquier otra, las consecuencias pueden ser peligrosas y desadaptativas en extremo. El concepto de adicción se refiere a la enfermedad crónica y recurrente caracterizada por la búsqueda patológica de la gratificación y/o satisfacción a través del juego, con la imposibilidad de controlar dicha conducta y con un deseo constante y continuo de seguir jugando sin advertir los problemas que esta situación acarrean a la persona.
La era de la hiper-tecnología ha empezado a extenderse de forma viral y sin ningún control, convirtiéndose en la pandemia social más peligrosa de la era humana en toda su historia.
Hemos cambiado el caballo de madera que requería imaginación y juego social por un juego lógico que necesita nutrirse de nuestra personalidad y transformarnos en seres que sólo tienen un objetivo: destruir o ser destruidos. Se ha terminado el grupo para ir a lo individual, la risa por deseo a la agresividad por obligación, el compañerismo por la competitividad, en otras palabras, hemos aprendido a cambiar el ocio para descansar un rato de la vida que llevamos al ocio informático que sustituye las realidades de una vida que cada vez es más ficticia.
A partir de aquí, creo que se entiende un poco más que quiero decir con el apocalipsis de la educación.
La personalidad del niño es como una esponja y se nutre de todo aquello que su entorno le proporciona. Aprende sobre la marcha y se queda con lo que le motiva, interesa o le permite sentirse bien.
Es en esta situación dónde se produce el impacto del juego definido y con objetivos.
Como en todo negocio, los grandes y sustanciosos beneficios de la industria informática aplicada a los juegos, desarrolla sin rubor alguno, una grave dependencia al niño que le llevará progresivamente a convertir un deseo en una necesidad prácticamente vital, y dedicará casi todo el tiempo disponible a conectarse para jugar sin descanso hasta conseguir pasar todos los niveles del juego. Y eso, sólo es el principio.
Esta forma de jugar atenta contra la propia elección de la persona y tendrá consecuencias en el futuro en todos los sentidos.
Los niños cuando juegan en silencio en su habitación no molestan, no existen y esa sensación de no tener que luchar con ellos por cada cosa y poder relajarse, hace que muchos padres o adultos responsables de los niños, permitan este tipo de actividad lúdica sin los límites y tiempo adecuados.
Sólo a nivel descriptivo y para poder plantearnos la conveniencia o no de cambiar algunos hábitos, los efectos negativos del exceso en el uso de videojuegos, puede producir importantes carencias y/o dificultades tanto a nivel físico como psíquico.
La Dra. Concepción Ruipérez Cebrián, pediatra del Hospital Quirón de Torrevieja, habla de los posibles riesgos de un uso excesivo de este tipo de juegos. Entre las más importantes, citaría:
FÍSICOS:
- sedentarismo
- sobre-peso, obesidad
- disminución ejercicio físico
- mayor índice de hipercolesteremia
- mayor tendencia a la hipertensión
- alteraciones de sueño
PSÍQUICOS:
- aislamiento social
- mayor tasa de ansiedad
- irritabilidad
- ira
- déficit en el control de los impulsos
- dificultades para el contacto social
Es importante advertir que esos síntomas patológicos pueden o no producirse, pero está claro que cada vez existen más casos y deberíamos ser más estrictos con la permisividad que facilitamos a los niños en este sentido.
Desarrollar los juegos no tecnológicos, el deporte, los encuentro de amigos para hacer actividades al aire libre y estimular la imaginación del niño con actividades diversas, ayudarán a no compartimentar la atención del niño en un sólo sentido, y esa predisposición inicial a la curiosidad por todas las opciones de ocio, pueden disminuir la ya definitivamente instaurada "adicción a los videojuegos"
dilluns, 27 de juliol del 2015
LA CONSTANCIA: NECESARIA PERO ABURRIDA
Visto así, la constancia es una virtud y una característica muy necesaria para triunfar en la vida y poder ser feliz.
Pues desde mi punto de vista, aunque estoy de acuerdo en que la constancia es muy necesaria para poder conseguir los objetivos, no tiene nada de excelencia positiva, sino más bien todo lo contrario.
Parece que nos es difícil sentir que triunfamos si no somos constantes. Pero como he dicho en otras ocasiones, lo más importante es plantearse qué es lo que queremos, sin necesidad de obligarnos a que nos tenga que agradar necesariamente aquello que vamos a hacer.
La constancia es dura, aburrida, rutinaria y difícil de mantener.
Podríamos pensar en ella a través de una curiosa matriz con la que coincido totalmente:
Fijémonos en varios ejemplos en el intervalo de la vida para intentar mostraros cuando aparece o se desarrolla.
En los niños, la constancia es prácticamente inexistente. Sólo un trabajo conjunto de padres, familiares y profesores conseguirá que tengan posibilidades para aprender a serlo. Es un gran esfuerzo que debemos iniciar desde muy pequeños, y no siempre siendo constantes, conseguiremos lo que deseamos. El niño no nace constante, se hace, aprende (o no) a serlo por diversos motivos.
En los adultos, la constancia puede haber eclosionado después de mucho tiempo desarrollándola y aprendiendo a llevarla a cabo sin plantearse nada más. La incorporamos y mostramos desde el momento en que se ha transformado en un hábito, y como tal, no necesitamos que nos guste o nos apetezca aquello que hacemos, se hace y ya está.
En la vejez, y con mucha experiencia acumulada, nos podemos dar cuenta que no siempre hemos conseguido lo que queríamos aunque hayamos trabajado con constancia y sonreímos al pensar que no podemos afirmar en ningún ámbito que la constancia nos llevará con toda seguridad al éxito.
La constancia es la excusa para hacer cualquier cosa, motivados o no, que podríamos no hacer nunca por elección propia. Es el cajón de sastre para sentirnos admirados, valorados y justificar ante los demás el esfuerzo realizado, nos dé o no un provecho específico.
Hay muchas formas de cortar el efecto de la constancia, cuando en algún momento, y en según qué ámbitos, no conviene ser tan persistente (“constante”):
- - Un juez constante en su trabajo, con la clara y decidida intención de acabar con una mafia organizada o con una organización terrorista, finalmente, puede acabar asesinado y con una cruz al mérito por una actitud que le ha costado la vida.
- - Un político corrupto acaba en entredicho cuando de forma constante, utiliza la prevaricación o el incremento progresivo (y constante) de su cuenta bancaria, sin motivos aparentemente claros, pero que al parecer, siempre pueden justificarse.
- - Un deportista que por mucho que se esfuerza y se entrena con constancia, puede acabar siendo retirado del equipo por no llegar a un nivel mínimo de rendimiento necesario.
Y podría seguir con muchas situaciones “ejemplo más”. En este caso, el famoso dicho “La vida es según el color del cristal con que se mira” nos va que ni pintado.
Creo que tenemos una idea excesivamente sobrevalorada de la constancia, y que como un estigma iniciático y generacional, prácticamente nos obliga a admirar esa capacidad en el ser humano.
A mi entender, la constancia debería ser una herramienta de trabajo para aplicar en algunas situaciones, y valorarla en los casos en que realmente nos ayude a conseguir una sensación cercana al éxito o a un nivel de satisfacción personal suficiente.
Si la tendencia actual es que todo fluya por sí mismo, y que intentemos rechazar la rigidez porque no nos lleva a nada bueno, deberíamos reconsiderar como llevar a término correctamente nuestros hechos con constancia, que de forma eficaz, nos facilitaran alcanzar las metas deseadas.
Probablemente muchos de los que lean este post se pondrán la mano en la cabeza y pensarán que lo que opino al respecto está fuera de lugar, pero me gustaría que se fijaran y se concentraran un momento en los argumentos que llevan a determinar que la constancia pueda ser considerada como una virtud.
Un valor es una cualidad de un sujeto u objeto. Los valores son agregados a las características físicas o psicológicas tangibles del objeto; es decir, son atributos al objeto por un individuo o un grupo social, modificando (a partir de esa atribución) su comportamiento y actitudes hacia el objeto en cuestión. El valor es una cualidad que confiere a las cosas, hechos o personas una estimación, ya sea negativa o positiva.
La virtud es la integridad y excelencia moral, poder y fuerza, o pureza. Es también una cualidad que permite a quién la posee, ayudarlo en las situaciones más difíciles para cambiarlas a su favor.
La constancia pues debería ser considerada una virtud solamente en el caso que actúe como facilitador de situaciones o de cambio a bien en nuestro quehacer habitual.
El otro gran concepto ligado a la constancia es la fuerza de voluntad, que entiendo como un concepto que engloba a la constancia y a la vez, es una forma de vivir según un auto-control estricto y protocolarizado.
Lo importante en todo caso es el indiscutible valor de la constancia como herramienta, para conseguir lo que nos proponemos, pero de eso a basar el éxito y la consecución de objetivos en ella, hay una diferencia significativa.
El ser flexible, el poder improvisar y cambiar continuamente, suele ayudar a enriquecer al ser humano, y aunque la constancia pueda desarrollarse y convivir con esas capacidades, no debería generar una constante continua que acaba llevándonos al tedio y a una posible apatía por mantener una continuidad generalizada en todos los aspectos importantes de nuestra vida.
Lo simple suele resultar más eficaz que lo complejo.
Ya hablaban de algo similar los presocráticos griegos cuando Heráclito de Éfeso explicaba su teoría del libre fluir en la famosa frase: “NADIE SE BAÑA DOS VECES EN EL MISMO RÍO”.
A mi entender, la constancia debería ser una herramienta de trabajo para aplicar en algunas situaciones, y valorarla en los casos en que realmente nos ayude a conseguir una sensación cercana al éxito o a un nivel de satisfacción personal suficiente.
Si la tendencia actual es que todo fluya por sí mismo, y que intentemos rechazar la rigidez porque no nos lleva a nada bueno, deberíamos reconsiderar como llevar a término correctamente nuestros hechos con constancia, que de forma eficaz, nos facilitaran alcanzar las metas deseadas.
Probablemente muchos de los que lean este post se pondrán la mano en la cabeza y pensarán que lo que opino al respecto está fuera de lugar, pero me gustaría que se fijaran y se concentraran un momento en los argumentos que llevan a determinar que la constancia pueda ser considerada como una virtud.
Un valor es una cualidad de un sujeto u objeto. Los valores son agregados a las características físicas o psicológicas tangibles del objeto; es decir, son atributos al objeto por un individuo o un grupo social, modificando (a partir de esa atribución) su comportamiento y actitudes hacia el objeto en cuestión. El valor es una cualidad que confiere a las cosas, hechos o personas una estimación, ya sea negativa o positiva.
La virtud es la integridad y excelencia moral, poder y fuerza, o pureza. Es también una cualidad que permite a quién la posee, ayudarlo en las situaciones más difíciles para cambiarlas a su favor.
La constancia pues debería ser considerada una virtud solamente en el caso que actúe como facilitador de situaciones o de cambio a bien en nuestro quehacer habitual.
El otro gran concepto ligado a la constancia es la fuerza de voluntad, que entiendo como un concepto que engloba a la constancia y a la vez, es una forma de vivir según un auto-control estricto y protocolarizado.
Lo importante en todo caso es el indiscutible valor de la constancia como herramienta, para conseguir lo que nos proponemos, pero de eso a basar el éxito y la consecución de objetivos en ella, hay una diferencia significativa.
El ser flexible, el poder improvisar y cambiar continuamente, suele ayudar a enriquecer al ser humano, y aunque la constancia pueda desarrollarse y convivir con esas capacidades, no debería generar una constante continua que acaba llevándonos al tedio y a una posible apatía por mantener una continuidad generalizada en todos los aspectos importantes de nuestra vida.
Lo simple suele resultar más eficaz que lo complejo.
Ya hablaban de algo similar los presocráticos griegos cuando Heráclito de Éfeso explicaba su teoría del libre fluir en la famosa frase: “NADIE SE BAÑA DOS VECES EN EL MISMO RÍO”.
Seamos constantes, pero no siempre ni sistemáticamente.
Improvisemos siempre que podamos, pero no constantemente.
Disfrutemos de la vida y aceptemos las penas como las alegrías.
Que nos satisfaga el esfuerzo de mejorar cada día, sin que necesariamente debamos ser siempre constantes.
Lo bueno, si breve, dos veces bueno (Baltasar Gracián y Morales, jesuita y escritor español del Siglo de Oro).
Improvisemos siempre que podamos, pero no constantemente.
Disfrutemos de la vida y aceptemos las penas como las alegrías.
Que nos satisfaga el esfuerzo de mejorar cada día, sin que necesariamente debamos ser siempre constantes.
Lo bueno, si breve, dos veces bueno (Baltasar Gracián y Morales, jesuita y escritor español del Siglo de Oro).
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divendres, 27 de febrer del 2015
LA MUERTE DEL AMOR. ¿PUEDE EVITARSE?
El amor, igual que las personas, nace, crece, se desarrolla a lo largo de nuestra vida y tarde o temprano, muere.
También enferma de un modo más o menos grave, y por sí mismo, desgraciadamente, no puede curarse ni sanar. Necesita una ayuda de la/las persona/as a las que va dirigido.
En la historia de la humanidad siempre se ha hablado de las personas que mueren de amor, y no niego que pueda ser cierto.
Pero me gustaría hacer un receso en este sentido y comentar que, nunca he leído en ninguna parte alguna referencia a la grave enfermedad que puede padecer el amor hasta el punto de poder acabar con su existencia.
Es como si nos asustara el pensar que esa posibilidad no pudiera existir.
Preferimos pensar y verbalizar que se ha acabado, como dando a entender que podremos encontrar en otro momento una nueva vía para volver a implantarlo y desarrollarlo en todo su esplendor e intensidad.
Lo que no decimos es que después de su primera muerte, ya no volverá a revivir como la primera vez nunca más.
Igual que la experiencia nos enseña a ver la vida tal como es, y necesitamos años para comprenderla y aceptarla, con el amor, ocurre exactamente lo mismo. El potencial de querer y de amar estará intacto, pero la desconfianza y el temor a sufrir, sobrevolará como una sombra ávida en todo momento influyendo negativamente en los sentimientos vinculados al amor.
La historia se inicia con el enamoramiento.
No hay nada más intenso ni deseable que ese estado de dulce locura que filtra lo que vemos y lo que sentimos, sin poder tener control alguno sobre nuestros sentimientos y nuestras acciones.
Es como estar sumergido en una felicidad eterna que dulcifica cualquier eventualidad que se produzca en nuestra vida. Es una época dorada, espléndida y llena de alegría y satisfacción que nos gratifica por sí misma.
Nadie debería desconocer ese estado, en el que todo es como queremos y no como en realidad debería ser.
El problema se produce al intentar corporeizar esa sensación, ya que como cualquier percepción humana, necesitamos encontrar alguien a quién poder transmitir y trasladar lo que sentimos, y por el/la cual, ha nacido el amor.
Ese es el inicio de un amor, que empezará un periplo de aventuras en todos los sentidos, y desarrollará un vida más o menos plácida según los acontecimientos que se produzcan.
Ese amor, aprenderá un montón de cosas, adquirirá experiencias y sufrirá. En ocasiones enfermará y se recuperará. Pero tarde o temprano, va a llegar a un punto de “no retorno” y terminará muriendo progresivamente o de forma inesperada y rápida.
Como todo en esta vida, nada es eterno.
El proceso no deja de ser muy interesante.
Cuando conocemos a alguien que nos gusta mucho, empezamos a imaginar y a cambiar nuestras necesidades y deseos en base a conseguir lo que queremos.
Si somos correspondidos, la ilusión y la felicidad, serán plenas y nos arrastrarán con fuerza hacia adelante.
Es un momento mágico, en el cual, somos capaces de hacer cualquier cosa y de afrontar todas las eventualidades que aparezcan.
Nos sentimos plenos, pletóricos, y con un potencial anímico impresionante.
Cuidamos de todos los detalles, nos cuidamos a nosotros mismos y a las personas que queremos, estamos predispuestos a todo, nunca tenemos un “NO”, nuestra actividad es máxima, y lo más increíble es que “TODO” nos parece bien y lo aceptamos sin un parpadeo ni una ligera duda.
Deseamos que llegue el fin de semana para perdernos en nuestra propia felicidad en un propósito sano y embriagador.
No somos objetivos y podemos ver y percibir lo que vivimos como mejor nos parezca.
Estamos en la época del noviazgo.
A todos les gusta vernos así, y nos refuerzan y contagian con su propia alegría y mejores deseos para nosotros.
Hay que recalcar que en ese momento, la convivencia aún no existe. Nos vemos con nuestra pareja a días, fines de semana, pero no de forma continuada.
Podemos pactar, aceptar, adaptarnos e incluso disfrutar con el hecho de ver a nuestra pareja contenta y feliz.
No hay nada que oscurezca el horizonte ni nuble nuestro día a día.
Con el tiempo, empiezan los achaques, al principio muy discretos y con largos intervalos temporales entre uno y otro, pero con el paso del tiempo, cada vez son más frecuentes e intensos.
Tal como decía, el amor va creciendo y tiene mayor posibilidad de experimentar y vivir nuevas situaciones no tan rutinarias. Se expone a contaminantes diversos que empiezan a afectarlo de un modo significativo.
Las primeras exposiciones a estas situaciones virales, pueden desencadenar enfermedades que afectarán sin duda la vida del amor que teníamos hasta ese momento.
Y como en cualquier momento, algunas enfermedades serán leves y se curarán con o sin secuelas, pero otras pueden ser más complejas y de consecuencias más graves.
Estamos en una fase de tránsito en la que se irán produciendo períodos de todos los tipos de perfiles posibles.
Alternaremos constantemente buenos y malos momentos, pero con cada experiencia negativa vivida, un rastro de dolor y de desengaño, aunque sea muy pequeño, se nos irá pegando muy despacio y sin hacer ruido, hasta que un día, el que tenga que ser, acabará por desencadenar una grave enfermedad en el amor, y éste, podría no superarla.
Hemos llegado a la última meta de la vida del amor: a sus últimos momentos antes de que cierre los ojos por última vez y no vuelva a abrirlos nunca más.
Pero igual que con los seres humanos, una muerte se equilibra con un nacimiento, y en el amor, afortunadamente, ocurre lo mismo.
De nuevo nacerá renovado y volverá a seguir su ciclo hasta el final.
No pretendo contar una bonita historia de amor ni desanimar a nadie al leerla, pero son muchos años escuchando a diversas personas hablar de lo que sienten y de sus experiencias vividas, y por ello, me guste o no, no me parece honesto quedarme solo para mí una experiencia generalizada que se va repitiendo de persona a persona, de generación en generación a lo largo de la vida del ser humano, dando igual de dónde sea, dónde nazca, dónde viva, de que época haya sido y dónde acabe con su último hálito de vida.
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