Pero es a nivel de relaciones afectivas donde los celos actúan de forma más directa y corrosiva, generando desconfianza y perjudicando la estabilidad de la relación afectiva establecida.
El tener celos facilita presuponer situaciones que no tienen porqué haber ocurrido, pero que imaginamos como reales sin ninguna base de contrastación suficiente. Buscamos entonces donde puede radicar la deslealtad y engaño de nuestro ser querido (hasta este momento), sea conocido, amigo, familiar o pareja.
Aquello que estamos suponiendo, lo damos por hecho, y no solemos preguntar para aclarar lo sucedido, sino que más bien acusamos de forma directa y con convencimiento de lo que creemos que está ocurriendo. Y es a partir de ahí donde empieza realmente el problema: nuestra vida se transforma en un constante ritual para encontrar la manera de asegurarnos de nuestras sospechas.
En ese punto, desembocamos en los celos patológicos.
Ya no creemos nada de lo que nos dicen cuando preguntamos. Buscamos cualquier signo que pueda poner en evidencia al otro (miramos su móvil, su agenda personal, sus cuentas de correo electrónico y de redes sociales, preguntamos sobre sus actividades en cada momento, etc.).
Nuestra vida se transforma totalmente.
Estamos más irritables y provocadores, nos convertimos en seres intolerantes e incrédulos, reaccionamos con mayor agresividad, dejamos de respetar la intimidad y los derechos del que consideramos un traidor, y urdimos toda una serie de posibilidades para poder “vengarnos” de esas humillaciones.
Podemos incluso llegar a dejar de ser racionales para funcionar solo de forma instintiva, básica e impulsiva, con el riesgo negativo y peligroso que dicha actitud conlleva. Y lo peor de todo es la angustia vital que sentimos cuando estamos inmersos en esa algarabía emocional tan compleja y desagradable.
No podemos ni imaginar lo que somos capaces de hacer.
El dolor nubla nuestro criterio y nos impide pensar de forma adecuada.
Sólo nos dirige la rabia y la necesidad de acabar con esa situación de una vez por todas. Ese es el punto crítico.
Creo que absolutamente nadie debería llegar a esta fase, que en la mayor parte de los casos, no tiene vuelta atrás, y las consecuencias derivadas pueden ser de dimensiones arrolladoras: agresiones y/o violencia de todo tipo (física-psicológica), amenazas, e incluso en algunos casos, convertirnos en homicidas pasionales.
No esperéis nunca tanto tiempo ni creáis que podéis resolverlo sin ayuda. Acudid a profesionales que podrán reconducir de manera adecuada esta situación.