Las palabras, pueden convertirse en poderosas armas de doble filo y generar muchos sentimientos negativos, que sin duda, afectarán nuestro desarrollo personal a lo largo de toda nuestra vida. Eso no significa que no podamos expresar lo que sentimos, es más, debemos hacerlo siempre, con espontaneidad o intención, pero con respeto (tanto hacia los demás como por nosotros mismos).
En muchas ocasiones, al estar enfadados, molestos o airados por una situación, cambiamos el sentido de lo que decimos, y pasamos a otro nivel de comunicación: el que debería desestimarse por transgresor, agresivo, violento. Es un nivel basado en la pretensión de atacar al otro, desacreditarlo, empequeñecerlo, generarle una sensación desagradable de si mismo.
Si a esa o esas personas, les ocurre este hecho con frecuencia, acabarán siendo víctimas de la violencia verbal, y fácilmente se comportarán también como agresores, y así, sucesivamente en un ciclo que no se acaba nunca. Con un pequeño esfuerzo, podemos romper esa dinámica y cambiar. Seamos sinceros sin necesidad de ser desagradables, advirtamos sin amenazar, expliquemos acompañando y no obligando a creer, disfrutemos con el diálogo y no sólo con el monólogo.