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divendres, 30 d’agost del 2013

LA NECESIDAD DEL PORQUÉ



Desde muy pequeños nos enseñan y hemos aprendido a preguntar el porqué de prácticamente todo. Parece que en nuestra cultura eso es muy importante y necesario, y consecuentemente, nos lo creemos y lo asumimos con naturalidad.

Muchas veces he imaginado otra forma muy distinta de funcionar, sin que nos preocupe tanto el “porqué” y sin que nuestro cerebro racional se adueñe de prácticamente todo nuestro ser.

Nunca he dudado de que una de las características típicas de inteligencia es “necesitar” entenderlo todo, pero no hasta el punto de convertirnos en seres rígidos, analíticos y reprimidos.

Con los años, renunciamos progresivamente a todo aquello que no es lógico, e incluso nos llega a parecer infantil e inmaduro comportarnos de forma espontánea e impulsiva.

Hemos llegado a un punto límite y estático donde solamente existe aquello que puede justificarse con bases lógicas y racionales.

Nuestra vida emocional recibe constantemente serios correctivos y nos produce una gran sensación de desasosiego y malestar personal, desembocando habitualmente en serios desequilibrios, disfuncionalidades, síntomas neuróticos y una clara tendencia a estar siempre con un ánimo disminuido y con pocas ganas y motivación para superar esa fase.




Hablando con muchas personas, notas su fatiga y su desilusión, su falta de energía y por encima de todo, la aceptación de que su vida ha cambiado y que deben conformarse con lo que les queda. Eso sí, siempre hay otros que son positivos y optimistas y funcionan de otra forma totalmente diferente.

Tengo la sensación de que cada vez tendemos a ser más radicales en nuestras propias elecciones, con lo que nuestra parte moderada, la que intenta equilibrar lo racional y lo emotivo, va desapareciendo progresivamente sin que seamos conscientes de ello. Pero como tendemos a un equilibrio y a una armonía universal, o bien somos racionales y lógicos de base, no aceptando lo que no pueda demostrarse, o bien somos emocionales y con una atracción por lo místico y lo que se aparta un poco de la explicación lógica.




Y es aquí donde se produce el conflicto: nos quedamos sin término medio, que nos permita analizar y sentir de forma holística aquello que ocurre a nuestro alrededor y en nuestro interior. Volver a ese equilibrio tan necesario como satisfactorio, nos cuesta mucho esfuerzo y trabajo, y en muchos casos, no llegamos a conseguirlo por más que nos esforcemos. 
Esa podría ser la primera causa de nuestro malestar. No podemos hacer ni sentir lo que queremos, sino lo que debemos. 
Nos cuesta dar una imagen exterior “no aceptada” y la respuesta suele ser siempre la misma: o nos reprimimos y aguantamos lo que nos pasa con las graves consecuencias que tiene esa opción con el tiempo, o explotamos y mostramos un actitud y un aspecto muy en desacuerdo con lo que nos rodea, y por lo tanto, tenemos graves problemas de aceptación y/o adaptación.


Este aspecto se relaciona directamente con el “mito de la uniformidad” explicado por el Dr. Melvyn Kinder. 
Se basa en la creencia de que todos somos iguales en nuestra composición emocional, y siendo “normales” y “saludables” deberíamos sentir y responder de la misma manera.

Sabemos que esta afirmación, no es verdadera, pero así nos lo explican y nos lo hacen entender. 
Cada uno acaba por forjar su propio destino y su propia vida, lo quiera o no, y aunque existan variables externas e internas que puedan determinar muchas de las situaciones que vivimos, somos los últimos responsables de las decisiones que tomamos y de la vida que decidimos desarrollar. 




Si podemos creer esa explicación, tenemos la posibilidad de ser un poco más “nosotros mismos”, es decir, de trabajar para conseguir el equilibrio necesario para vivir en lo posible con cierta paz, satisfacción y bienestar, y no solo por lo que conseguimos o por lo que nos ocurre, sino por la forma de interpretar y buscar la mejor manera de aceptarlo sin ser totalmente racionales ni totalmente emotivos-místicos.

Tal como decía al inicio del post, es muy importante preguntarse el porqué de todo, pero hay una importante diferencia al respecto. Esa diferencia viene dada por lo que nos enseña el tiempo: adquirimos experiencia, aprendemos a tener miedos que vamos intentando resolver, sujetamos nuestras emociones porque nos hacen daño, y nuestra única tabla de salvación a nivel de sentimientos se llama RAZÓN.

De niños, no conocemos el miedo, no tenemos experiencia. Podemos sentir emociones pero de inicio, no somos capaces de entenderlas. De ahí que nuestra vía de acceso al conocimiento sea conocer el porqué de todo. Nos falta algo fundamental que empezará muy pronto a cambiarnos la vida de forma definitiva, EL MIEDO.

No me refiero a un miedo concreto, sino al conjunto de todos aquellos miedos, que a partir de empezar a conocerlos, incidirán más o menos en lo que hacemos, sentimos o pensamos, en nuestras relaciones afectivas, familiares, sociales, profesionales, en el concepto de nosotros mismos y en las capacidades de las que disponemos para desarrollar el potencial con el que afrontaremos el día a día hasta el fin de nuestra vida.

Del miedo, hablaremos con mayor detalle en otro post.

Concienciémonos de lo que somos capaces de hacer y decidamos a favor de nosotros mismos, para poder exprimir al máximo la satisfacción que podemos obtener de lo que nos rodea y la que producimos a las personas que queremos y nos quieren.

La felicidad es resultado del bienestar, y sobre todo, de la PAZ con la que vivimos, que curiosamente, es lo más antagónico al miedo.