Podríamos decir que en poco tiempo, nos cuesta mucho prescindir del WhatsApp, y que es muy posible, que antes de lo que nos creemos, empiecen a producirse consecuencias enfermizas derivadas por un mal y excesivo uso.
Eso es lo que llamo el Síndrome del WhatsApp:
• Ansiedad máxima cuando no tengo a mano una toma de corriente alterna para enchufar el cargador
• Ansiedad máxima cuando antes de 2 minutos no me ha contestado mi interlocutor (está con otro/a, pasa de mi, le soy indiferente, ¿qué le he hecho?...)
• Algias, neuralgias y cefaleas por estar concentrado en una mini pantalla la mayor parte del poco tiempo libre del que dispongo
• Inquietud, nerviosismo y tristeza, derivados de las supuestas largas esperas hasta que, por fin, me responden
• Humor irritable cuando debo dejar de atender mi móvil para hacer otras tareas también necesarias
• Alteración de la percepción ante un mundo que me pasa desapercibido por estar totalmente rendido al mundo de mi android
• Aislamiento social físico substituido por mi amigo y compañero comunicativo virtual
No deberíamos tomarnos tan en serio esta aplicación. Nos ha desbordado y eso no puede ser bueno.
Quizás nos ayudaría un poco relajarnos en un sentido general y aprender a disfrutar más del WhatsApp que a sufrirlo. Controlemos su uso y démosle el valor que tiene, sin que controle nuestra vida. Aprendamos de nuestros síntomas para saber lo enganchados que estamos y usémoslo correctamente porque es muy útil, pero nunca debería llegar a ser imprescindible.