Esta auto-pregunta no es fácil ni entenderla ni contestarla.
Solemos confundir lo que es “normal” con lo que es “frecuente”, y valoramos si estamos mejor o peor que otros a nivel comparativo, cuando en realidad, deberíamos salir de este marco rutinario que no nos ayuda en absoluto.
Lo que consideramos normal, no tiene porqué ser frecuente.
El concepto de normalidad debemos entenderlo como aquella situación personal global que más caracteriza a un promedio de población general de nuestra misma edad y condición.
Es más un término estadístico, y por lo tanto, rígido a la hora de aplicarse a cada uno de nosotros.
Me gustaría considerar que algo es “normal” cuando la sensación general que tenemos es de equilibrio, es decir, que aparentemente vivimos en una situación soportable en la que somos capaces de poder desarrollar nuestras capacidades, sensaciones, conductas y pensamientos de acuerdo con nosotros mismos y con los que nos rodean, de menor a mayor proximidad relacional y afectiva.
¿Cuándo podemos pensar que estamos realmente ansiosos y/o deprimidos?
¿Cómo deberíamos actuar en el caso de que lo estemos?
¿Qué pueden hacer los demás por nosotros?
¿Cómo deben comportarse?
Hay un sinfín de preguntas que podemos plantearnos, y a la vez, nuevas interrelaciones que surgen de las propias preguntas. Es por ello que hablaré de los dos trastornos más vinculados con nuestro estado anímico: el Depresivo y el de Ansiedad.
Tenemos intervalos de tiempo en los que nos encontramos más fatigados, desilusionados, cansados de que las cosas sean como son.
Nos cuesta disfrutar de lo que hacemos y solemos ser más negativos/pesimistas sin saber del todo el porqué. Parece que nos sentimos desbordados e incapaces de afrontar nuestro día a día, y podemos incluso tener problemas de sueño (insomnio, despertar precoz) y de alimentación (falta de apetito, pérdida de peso).
Sentimos que nos falta energía y bajamos el rendimiento general, dejando de hacer actividades y notando que nos cuesta mucho centrar nuestra atención por las dificultades de concentración y dispersión que mostramos.
Si nos sentimos de esta forma, y a demás desde hace tiempo, podemos estar seguros de que nuestro estado de ánimo es depresivo y que, consecuentemente, NO es NORMAL.
Sentimos que nos falta energía y bajamos el rendimiento general, dejando de hacer actividades y notando que nos cuesta mucho centrar nuestra atención por las dificultades de concentración y dispersión que mostramos.
Si nos sentimos de esta forma, y a demás desde hace tiempo, podemos estar seguros de que nuestro estado de ánimo es depresivo y que, consecuentemente, NO es NORMAL.
Es en este momento cuando podemos suponer que tenemos unos síntomas compatibles con un Trastorno Depresivo.
También puede ocurrir que las preocupaciones nos generen sensaciones desagradables a nivel corporal y de funcionamiento orgánico.
Nos sentimos mucho más sensibles y nos afectan mucho más las situaciones del día a día.
Incluso podemos aumentar el consumo de alcohol y/o comida pero no por placer, sino más bien por necesidad.
No podemos dejar de pensar en los estresores que nos rodean, y sentimos como una pérdida de control, que se nos va todo de las manos. Empezamos a evitar lugares concurridos y rechazamos en lo posible el contacto social. Aumenta el temor a estar o quedarnos solos, y a no ser reconocidos por lo que conseguimos, con la consecuente bajada de autoestima y la tendencia a estar mucho más irritable y sin ser capaz de tolerar la mínima negativa o cualquier hecho inesperado que nos obligue a cambiar lo previsto.
La inseguridad empieza a ser constante y las dudas irrumpen con fuerza en todo aquello que pensábamos hacer.
Al igual que en el apartado anterior, si es largo tiempo el que describe esta situación, nuestro estado de ánimo es ansioso, y por la misma razón, NO es NORMAL.
Al igual que en el apartado anterior, si es largo tiempo el que describe esta situación, nuestro estado de ánimo es ansioso, y por la misma razón, NO es NORMAL.
Probablemente podemos sufrir un Trastorno de Ansiedad.
Valoraremos entonces en que punto estamos, o bien en el que se considera normal, o en el que por no serlo, lo consideramos patológico. No es tan difícil tener síntomas depresivos o ansiosos, pero ello no implica que, necesariamente, tengamos un trastorno emocional.
Por la misma razón, en muchos casos podemos aceptar como normal estos síntomas, y en cambio, sufrir sin ser del todo conscientes un trastorno depresivo, ansioso o mixto del estado de ánimo.
Para intentar tener un estado de ánimo suficientemente positivo, podemos plantear algunas recomendaciones que nos ayudarán a mejorar los síntomas que he expuesto anteriormente, y de esa forma, recuperar el equilibrio del que hablaba al principio del post como forma de situarnos en esa normalidad estadística.
El primer paso es recordar que debemos esforzarnos para reconducir la situación, pero NO forzarnos.
Intentemos aumentar la actividad y retomar las actividades de ocio con las que disfrutábamos.
Evitemos en lo posible los pensamientos negativos y centrarnos en las cosas que nos van mal. Procuremos ver las pequeñas cosas agradables del día y centrémonos más en lo que estamos haciendo que en lo que nos queda por hacer.
Dejemos de aislarnos de los demás y pasar solos mucho tiempo.
Evitemos en lo posible los pensamientos negativos y centrarnos en las cosas que nos van mal. Procuremos ver las pequeñas cosas agradables del día y centrémonos más en lo que estamos haciendo que en lo que nos queda por hacer.
Dejemos de aislarnos de los demás y pasar solos mucho tiempo.
La compañía y el relacionarnos nos ayuda a sentir que estamos acompañados y a sentirnos queridos y aceptados.
Aceptemos las limitaciones temporales que nos genera ese estado de ánimo, sin entrar en la autocrítica y la autodescalificación. Hacemos lo que “podemos”, y no necesariamente lo que “debemos”.
Afrontemos los problemas que tenemos, buscando ayuda y no apartándonos de lo que nos produce insatisfacción, temor o mayor grado de ansiedad.
Aceptemos las limitaciones temporales que nos genera ese estado de ánimo, sin entrar en la autocrítica y la autodescalificación. Hacemos lo que “podemos”, y no necesariamente lo que “debemos”.
Afrontemos los problemas que tenemos, buscando ayuda y no apartándonos de lo que nos produce insatisfacción, temor o mayor grado de ansiedad.
Cualquier pequeño avance en ese sentido puede ser trascendental en nuestra recuperación.
Volvamos a cuidar de nuestro aspecto físico en lo referente al aseo, ejercicio diario, alimentación y descanso.
Volvamos a cuidar de nuestro aspecto físico en lo referente al aseo, ejercicio diario, alimentación y descanso.
Mantener las necesidades básicas en un ciclo regular siempre es muy importante.
Acordemos descansar en pequeños períodos valorando lo que estamos haciendo mejor, sin pensar tanto en lo que nos queda pendiente y sin marcar objetivos rígidos y definidos.
Acordemos descansar en pequeños períodos valorando lo que estamos haciendo mejor, sin pensar tanto en lo que nos queda pendiente y sin marcar objetivos rígidos y definidos.
Cada día podemos tener variabilidad en nuestra productividad, por lo que es necesario y conveniente ser muy flexible en cuanto a autoexigencia se refiere.
No temamos decidir y actuar en consecuencia.
No temamos decidir y actuar en consecuencia.
Las dudas y la inseguridad suelen mantenernos en un estado rígido que no permite avanzar. Aceptemos que podemos decidir aunque el resultado no sea el esperado.
Primero volvamos a hacer cosas, y progresivamente, ya intentaremos hacerlas de forma adecuada.
Aprendamos a relajarnos y busquemos momentos del día donde poder hacerlo.
Aprendamos a relajarnos y busquemos momentos del día donde poder hacerlo.
La relajación en si es una técnica preventiva ante la ansiedad.
Es mucho más fácil relajarse cuando no estamos ansiosos, y a la vez, el estar relajados nos ayuda a impedir que los estresores ambientales incidan tan negativamente en nuestro estado de ánimo.
Para finalizar, sólo recordar que para que las cosas cambien en un sentido u otro, debemos necesariamente hacer pasos en algún sentido.
Para finalizar, sólo recordar que para que las cosas cambien en un sentido u otro, debemos necesariamente hacer pasos en algún sentido.
Por muy mal que estemos y por mucho que lamentemos y nos quejemos de lo que nos pasa, todo será siempre igual si no variamos nuestra percepción de lo que ocurre, nuestros pensamientos al respecto, y nuestra forma de responder a los estímulos desencadenantes.
El equilibrio emocional es posible, pero debemos trabajar para conseguirlo.
No hay trucos ni secretos fuera de nuestro alcance.
Simplemente hay que hacerlo.