Se produce cuando empezamos a repetir de forma sistemática una serie de conductas de nuestro quehacer cotidiano que apenas varían de un día a otro. Una vez aprendidas, las rutinas nos llevan a una especie de sedentarismo mental, que nos encajona y determina la forma de responder a los estímulos generales que nos rodean.
El cerebro deja de ser consciente de lo que estamos haciendo y facilita las respuestas automáticas o reflejas muy aprendidas, con lo que la actividad del psiquismo superior, se reduce a mínimos. Perdemos capacidad de atención, concentración y perseverancia en aquellas actividades que realizamos. La explicación es evidente. Cuando perdemos el interés por algo que ya conocemos, nos acomodamos y de forma automática, nos ralentizamos el máximo posible para consumir la menor cantidad de energía destinada a las acciones que nos son muy conocidas por su iteración.
Y aún cuando la rutina podría considerarse necesaria en un principio, no deberíamos dejar que se instalara en nuestra vida con esa influencia tan arraigada, que acaba precisamente perjudicándonos mucho más de lo que pensamos.
La rutina puede ser muy peligrosa, y a la vez, contaminar continua y constantemente todo aquello que nos caracteriza: las relaciones afectivas (familiares, de pareja, sociales), el trabajo, los objetivos que nos proponemos, etc. Absolutamente todo puede llegar a convertirse en rutina si no sabemos cómo evitarlo.
A nivel bioquímico, se ha estudiado que las rutinas producen un efecto negativo muy importante a nivel cerebral, y es el de NO estimular la creación de neurotrofinas.
Las neurotrofinas son moléculas que producen y secretan las células nerviosas, actuando como alimento para mantenerse saludables y favorecer las “SINAPSIS” (región de contacto entre neuronas).
Cuanto más activas estén las células del cerebro, más cantidad de neurotrofinas producen y esto a su vez, genera más conexiones entre las distintas áreas del cerebro.
Lo que realmente deberíamos hacer con las neuronas es sacarlas de su rutina, presentándoles novedades inesperadas y divertidas a través de las emociones, del olfato, la vista, el tacto, el gusto y el oído.
¿Cuál sería el resultado ante este cambio?
El cerebro se vuelve más flexible, más ágil, y su capacidad de memoria, concentración y perseverancia aumenta al reducir y/o eliminar las rutinas.
Las neurotrofinas son moléculas que producen y secretan las células nerviosas, actuando como alimento para mantenerse saludables y favorecer las “SINAPSIS” (región de contacto entre neuronas).
Cuanto más activas estén las células del cerebro, más cantidad de neurotrofinas producen y esto a su vez, genera más conexiones entre las distintas áreas del cerebro.
Lo que realmente deberíamos hacer con las neuronas es sacarlas de su rutina, presentándoles novedades inesperadas y divertidas a través de las emociones, del olfato, la vista, el tacto, el gusto y el oído.
¿Cuál sería el resultado ante este cambio?
El cerebro se vuelve más flexible, más ágil, y su capacidad de memoria, concentración y perseverancia aumenta al reducir y/o eliminar las rutinas.
Probablemente pensamos que hacemos miles de cosas al día para que nuestro cerebro esté estimulado, pero lo cierto es que la mayoría de nosotros las llevamos a cabo como una serie de RUTINAS.
¿Qué podemos hacer para cambiar esas rutinas por nuevas y estimulantes situaciones?
Raúl Masseur, en su “Carta al olvido” nos da ocho claves para conseguirlo:
1.- Intentemos, por lo menos una vez por semana, ducharnos con los ojos cerrados. Sólo con el tacto, localicemos las llaves, ajustemos la temperatura del agua, busquemos el jabón, el shampoo o la crema de rasurar. Veremos cómo nuestras manos notarán texturas que nunca habíamos percibido.
2.- Utilicemos la mano NO DOMINANTE. Comamos escribamos, abramos la pasta, lavémonos los dientes, abramos cajones con la mano que más trabajo nos cueste usar.
3.- Leamos en voz alta. Se activan distintos circuitos que los que usamos para leer en silencio.
4.- Cambiemos nuestras rutas, tomemos, dentro de lo posible, diferentes caminos para ir al trabajo y a casa.
5.- Hagamos cosas diferentes. Salgamos, conozcamos a personas de diferentes edades, trabajos e ideologías y conversemos con ellas. Experimentemos lo inesperado. Usemos las escaleras, aunque sea solo para bajar, en lugar del elevador. Salgamos al campo, caminemos y disfrutemos de sus “olores, imágenes y de sus alimentos”.
6.- Mejoremos la ubicación de algunas cosas. Al saber donde está todo, el cerebro ya construyo un mapa. Cambiemos, por ejemplo, el lugar habitual de algunos objetos (paraguas, abrigo, zapatos, etc).
7.- Aprendamos una habilidad. Cualquier cosa; puede ser fotografía, cocina, yoga, estudiemos bien nuestro idioma. Si nos gusta armar rompecabezas u otro tipo de juegos, tapémonos un ojo para perder la percepción de la profundidad, por lo que el cerebro tendrá que utilizar otras vías alternativas.
8.- Identifiquemos objetos como diferentes monedas. Las ponemos en un recipiente, y sin mirarlas, tratemos de identificar cuáles son cada una.
Una de las rutinas que más consecuencias tiene en nuestra salud emocional es la referida a nuestra relación de pareja.
En muchos casos, la relación afectiva rutinaria, acaba con nuestra ilusión y pasión iniciales.
A partir de ahí, empieza una vida muy distinta de la que imaginábamos y que nos lleva inexorablemente al ostracismo y a la práctica y aceptable convivencia, que nada tiene que ver con los sentimientos y deseos del principio.
Hemos dejado que esa rutina estandarice de nuevo esa importante parte de nuestra vida emocional, eliminando la espontaneidad, ilusión y el deseo originarios.
Nos centramos más en nosotros mismos y en aspectos externos a nuestra relación, lo cual, es como aceptar tener una enfermedad sin intentar superarla.
Podemos estar años en esta situación, dependiendo de muchos factores o razones, pero lo evidente es que, finalmente, esa actitud afectiva nos lleva directamente a una gran insatisfacción personal y emocional.
Buscamos entonces otros estímulos que nos aporten aire fresco, sin intentar reconducir lo que teníamos por el hastío derivado de la rutina a la que nos hemos rendido.
Quién sabe, si en algunas ocasiones, un pequeño cambio para deshacernos de esa apatía, podría de nuevo aportarnos lo que una vez sentimos con intensidad.
Aún sin creer que sea posible, soy de los que piensan que el “no” ya lo tenemos.
Pero eso sí, si lo intentamos ha de ser por nosotros mismos, y no por cualquier otra razón. Sólo así estaremos seguros de lo que sentimos y no de lo que pensamos que sentimos.
No siempre podremos conseguir restablecer la relación tal como se inició, pero si debe acabar por decreto y porque el desgaste es absoluto, que sea con la seguridad de haber intentado conscientemente resolver todos los problemas derivados y relacionados con la rutina de nuestra vida emocional y afectiva de pareja.