Ya no observamos, simplemente vemos. Ya no escuchamos, oímos. No sentimos con el tacto, tocamos. No percibimos aromas, olemos. No nos comunicamos ni expresamos, decimos solo lo necesario.
Nos fijamos mucho en lo que nos interesa, y no nos preocupamos demasiado de lo que necesitan los demás. No nos satisface hacer bien las cosas porque requieren más tiempo, paciencia y continuidad, y al parecer, ya no tenemos. Nos cuesta disfrutar de la belleza y de lo simple en general, puesto que ocupa demasiado tiempo y no nos aporta beneficios inmediatos, especialmente a nivel económico.
Hemos cambiado mucho y no creo que a mejor. Nos encerramos en nosotros mismos y nos vamos aislando de lo que una vez fue una vida más rica en matices a todos los niveles. Somos muy pobres en tiempo. Cada vez tenemos menos para poder estar algo mejor, pero cada vez somos más y más ricos en egoísmo y soledad.
El problema es que sin ser conscientes, eso es lo que enseñamos y transmitimos, lo cual, tarde o temprano se cobrará sus víctimas. Aún estamos muy a tiempo de poder cambiar.
Si abrimos nuestro abanico personal de posibilidades, podemos conseguir muchas cosas que SÍ valen la pena. Aprovechémoslo y que no nos pase como a este personaje de una historieta de Quino.