En el inconsciente se acumula toda la información emocional que hemos vivido a lo largo de nuestra vida, aunque no la recordemos con facilidad. El recuerdo de esas vivencias es directamente proporcional al grado de represión a los que están sometidos esos contenidos. Cuanto más satisfactorios y gratificantes sean, más fácilmente podremos acceder a ellos. Por el contrario, cuanto mayor sufrimiento o malestar nos produzcan, más difícil será poder recuperarlos en nuestro consciente.
Es por ello que el inconsciente, en sí, es un gran universo único, personal e irrepetible. Para cada uno de nosotros existe su inconsciente homólogo, siendo particular y específico en todos los casos.
Los trastornos que nos afectan a nivel emocional, y que nos producen variedad de repercusiones sintomáticas anómalas, están íntimamente relacionados con estos procesos inconscientes. Por esa razón es muy importante seguir investigando y trabajando este gran desconocido de tan enorme dimensión.
De ahí que hable de lo inconsciente del inconsciente, porque todo lo que conseguimos recordar por un medio u otro, se transforma en consciente y genera unos cambios personales determinados, que a su vez, tendrán relación con distintos procesos (de nuevo inconscientes) que intentaremos recuperar. Y así, sucesivamente. Es como tirar de una cuerda infinita que pesa mucho, pero que no sabemos lo que arrastra, y solo con la resistencia que nos ofrece, podemos suponer que es lo que puede acompañarla.
El inconsciente nunca nos lo pondrá fácil: si pudiéramos humanizarlo, el inconsciente, sería como una persona que siempre está escuchando y fijándose en todo, con una memoria prodigiosa y eficaz, pero con muchas dificultades para expresarse, opinar o decirnos algo.
Rodolfo Enrique Cabral, alias Facundo Cabral, filósofo y escritor argentino ya decía, y creo con mucho acierto:
no digas NO PUEDO ni en broma, porque el inconsciente no tiene sentido del humor. Lo tomará en serio y te lo recordará cada vez que lo intentes.
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