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dilluns, 25 de gener del 2016

LAS RELACIONES TÓXICAS (RT)

No todas las relaciones que establecemos son adecuadas para nuestro desarrollo afectivo, emocional y social. Algunas de ellas, no permiten que nos sintamos en paz, tranquilos ni satisfechos con lo que conseguimos. Más bien tenemos una desagradable sensación de infelicidad, malestar y de estar permanentemente en estado de alerta.
La tensión resultante afecta nuestro estado de ánimo y puede incluso llevarnos a tener problemas de disfunción física, derivados de las consecuencias de un sufrimiento continuo de esa relación que mantenemos, aunque no sea del todo consciente.
Cuando se da esta situación, no lo dudéis ni por un momento, esta relación que mantenemos con la persona o personas y que nos produce ese estado característico, se puede definir como “RELACIÓN TÓXICA (RT)”.

Estas relaciones pueden generarse fácilmente y abarcar cualquiera de las áreas básicas del entorno personal, es decir, a nivel personal, social, afectivo, familiar y de pareja.


Una vez estemos seguros de que tenemos una RT, deberíamos empezar el proceso de abandonar la misma y regenerarnos a nivel afectivo.
Para ello, es necesario saber cómo se definen las “emociones tóxicas”, y son aquellas que al ser contenidas y/o reprimidas para no sufrir, generan una disfunción orgánica al no poder ser elaboradas y trabajadas a nivel consciente. Un ejemplo sería notar un fuerte dolor de cabeza después de una importante discusión con alguien con quién tenemos un vínculo afectivo determinado. Este tipo de emociones no contienen sensaciones agradables ni placenteras, sino más bien, todo lo contrario.

Tal como dice Bernardo Stamateas, licenciado en Psicología y Teología, nuestras emociones están ahí para ser sentidas, pero no para dominar nuestra vida, ni cegar nuestra visión, ni robar nuestro futuro, ni apagar nuestra energía, ya que, al momento de hacerlo, se volverán tóxicas. Sanar nuestras emociones implica prepararnos a nosotros mismos para liberarnos de las emociones negativas y tóxicas, que en definitiva, no nos ayudan a encontrar una solución.
Por ejemplo es normal que:
· si te han estafado, sientas rabia, pero no que salgas a romperlo todo...
· si te han traicionado, sientas decepción, pero no que no vuelvas a confiar nunca...
· si te han humillado, sientas vergüenza, pero no que dejes de correr riesgos...
· si te han mentido, sientas desconfianza, pero no que sientas resentimiento...
· si te han intimidado, sientas miedo, pero no que te detengas ahí...
· si no te han amado, sientas rechazo, pero no que busques ser rechazado...
· si has perdido o te has sentido frustrado en algo, sientas tristeza, pero no que permanezcas alicaído...

Tenemos ya la información necesaria para intentar desarrollar una forma más o menos eficaz de acabar con nuestras RTs.
Nuestro patrón de personalidad, una vez definido y adulto, tiene mucho que ver en la aceptación o no de este tipo de RT con los demás.
Por lo tanto, el establecimiento de RT no sólo depende de la actitud y conducta de los demás hacia nosotros, sino de cómo toleramos o aceptamos lo que nos rodea en base a lo que necesitamos sentir.
Parece que toda RT, conlleva una necesidad personal no asumida y es por ello que nos cuesta decir no a seguir creando nuevas RT de forma regular. Ese podría ser uno de los peligros que nos acechan para no superar ese estadio de displacer emocional.

Alice Socorro Peña Maldonado, profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela, Licenciada. en Comunicación Social, Magister en Comunicación Organizacional y Dra. en Ciencias para el Desarrollo Estratégico, explica según su experiencia, como las acciones sanas dependerán de la abundancia y conciencia amorosa de uno mismo para asumir el reto de liberación y transformación creativa, y consecuentemente, como la aceptación de las emociones tóxicas, necesitan de la conciencia verdadera para asumir el desafío de comprenderlas y aceptarlas en el tiempo y espacio de nuestra historia personal.


Las RT, siempre conllevan sufrimiento y malestar, afectando nuestra autoestima, seguridad y capacidad de enfrentamiento en algunas o muchas de las áreas más importantes de nuestra vida.
Lo peor es la falta de mecanismos para apartarnos de las personas tóxicas, que puede que no lo sean para otras personas. Eso aún nos puede confundir más y generarnos sentimientos de culpa y de abandono indebido.
La realidad en este caso, apunta a un paradigma inamovible, que deberíamos seguir sin desviarnos en absoluto:

“Toda relación que nos produzca dolor, malestar, infelicidad o altos niveles de ansiedad, debe ser rechazada, apartada o finalizada lo antes posible. Cuanto más tiempo pase, si la seguimos manteniendo, peor será y nos resultará afrontar las consecuencias derivadas de la misma que repercutirán en nuestro desarrollo emocional cotidiano”


Si utilizamos como fuente a “The Mind Unleashed”, veremos que se clasifican 10 tipos distintos de RT, que son los siguientes:

1. LAS RELACIONES EN LAS QUE SOLO ESTÁ A CARGO UNA PERSONA: Si solo una persona ejecuta o lleva la relación, la relación no es sana y no prosperará adecuadamente. Si le damos las riendas de nuestra vida a otra persona, lo más probable es que perdamos el derecho a opinar sobre que hace con ella. Las relaciones sanas implican libertad e igualdad de responsabilidades para ambas personas, cooperación entre las dos personas implicadas.

2. LAS RELACIONES QUE TIENEN LA FUNCIÓN DE “COMPLETARTE” O “LLENARTE”: Una relación no debe servir o utilizarse para suplir carencias personales, ya que esto hace que luego seamos dependientes y no recorramos el camino de crecimiento personal, que no evolucionemos ni mejoremos como personas por nosotros mismos, y queramos o no, es una responsabilidad y un peso muy grandes para la relación y la otra persona. Suelen ser relaciones en las que luego no se toleran separaciones temporales ni estar solos. Uno debe crear su propia felicidad antes de poder compartirla con otros.

3. RELACIONES CO-DEPENDIENTES: Aquí ambas personas necesitan de la aprobación del otro para llevar a cabo cualquier acción, priorizan las necesidades del otro sobre las propias. La otra persona siempre es la responsable de cómo nos sentimos, todo pasa por ella. Nos diluimos con la otra persona y la relación se vuelve adictiva. La vida se convierte en mirar por el bienestar de la otra persona las 24 horas del día.

4. RELACIONES BASADAS EN EXPECTATIVAS IRREALES O IDEALIZADAS: La perfección no existe, si amamos a alguien debe ser con sus “defectos” y con sus más y sus menos. No es sano intentar “arreglar” a las personas o cambiarlas. No debemos tener expectativas grandiosas e irreales ni tampoco pensar que la otra persona puede cambiar (ni intentar hacerlo) para “mejorar” la relación.

5. RELACIONES EN LAS QUE EL PASADO SE UTILIZA PARA JUSTIFICAR EL PRESENTE (o tener la razón): Si estas en una relación en la que continuamente se te culpa por el pasado, la relación es tóxica. Si ambos lo hacen la relación se convierte en una batalla por ver quien se “equivocó” más y por lo tanto quien debe disculparse. Debes aceptar que para estar con alguien tienes que aceptar sus errores y su pasado. El pasado, pasado es, y pasado debe ser.

6. LAS RELACIONES BASADAS EN MENTIRAS CONTINUAS: En las relaciones una omisión es como una mentira, las relaciones se basan en la confianza, abrirse a la otra persona y conocerse mutuamente. Ocultar información relevante solo debilitará la relación.

7. RELACIONES EN LAS QUE EL PERDÓN NO TIENE CABIDA Y EN LAS QUE NO HAY INTENCIÓN DE REPARAR LA CONFIANZA: La confianza se puede reparar, pero mantenerse en una relación en la que no hay intención de repararla, no tiene sentido. En casi cualquier relación a largo plazo, habrá un problema de confianza o alguna mentira en algún momento. Debemos entender que ésta se puede reparar si ambas personas trabajan duramente en su propio crecimiento personal.

8. RELACIONES EN LAS QUE LA COMUNICACIÓN ES PASIVO-AGRESIVA: Consiste en hacer cosas sutiles para molestar a la otra persona hasta que nos preste la atención que queremos. Las relaciones sanas se basan en una comunicación abierta y sincera, pero si la otra persona en la relación nos juzga o crítica cuando nos abrimos puede que nos volquemos en actitudes pasivo agresivas.

9. RELACIONES GOBERNADAS POR EL CHANTAJE EMOCIONAL: Esto se refiere a aplicar un castigo emocional cuando la otra persona no hace exactamente lo que queremos. Al final la otra persona accede a comportarse de otra manera a causa del chantaje.

10. RELACIONES QUE QUEDAN EN UN SEGUNDO PLANO: Las relaciones requieren que se les dedique tiempo y esfuerzo, ya que si no se las cuida, se marchitarán. Es importante dedicar tiempo de calidad a la relación, compartir actividades solo con la otra persona que nos enriquezca como pareja.


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Creo que teniendo en cuenta estas pequeñas consideraciones, podemos tener posibilidades de detectar, evitar y cambiar de RT a Relaciones Sanas, que son las que al fin y al cabo, todos buscamos a lo largo de nuestra vida.

dimarts, 19 de gener del 2016

PEREZA: JUSTIFICACIÓN O AUTÉNTICA REALIDAD.



No pasa un solo día que por un u otro motivo, no aparezca la palabra “pereza” en alguna de mis sesiones de psicoterapia. 
Da que pensar lo fácil que resulta catalogar a la gente de perezosa, o lo que es lo mismo, pensar aunque no lo expresemos, que al que llamamos perezoso/a, no sirve para nada ni quiere hacer nada, que no acata ninguna norma y que es intrínsecamente egoísta por su tedio, su falta de “sangre” o su negativa a tomar actitudes de acción y solución de problemas cuando se presentan. 

Como bien sabéis, “pereza” es una palabra derivada del latín que significa: acedia, acidia, pigricia, y es la negligencia, astenia, tedio o descuido en realizar actividades.

Da la sensación que la pereza siempre tiene una connotación negativa y que todos podrían dejar de ser perezosos si así lo quisieran o lo intentaran.




Lo cierto es que esta creencia es absolutamente falsa. La pereza, una vez valorada y entendida como síntoma, puede ser debida a una enfermedad y/o trastorno que en lugar del supuesto placer que conlleva el no hacer nada, se transforma en un estado de ansiedad y malestar general que va minando nuestro ánimo y autoestima, nuestra capacidad de afrontamiento y el deseo y la ilusión de conseguir objetivos que nos ayuden a vivir en paz y con felicidad. 

No deberíamos olvidar que los seres vivos, hacen lo necesario para sobrevivir sin excederse demasiado en sus funciones de vida, una vez han colmado sus necesidades básicas para subsistir. Para ellos, vivir bien no implica necesariamente estar siempre activos. Sólo en caso necesario irán más allá. Curiosamente lo que nos parece muy lógico y aceptable en los animales, no puede ni considerarse en el ser humano.

¿Qué razón nos da la vida para estar esforzándonos en todo momento y en cualquier situación? 

¿Quién puede obligarnos o decidir por nosotros?

¿Quién se beneficia con esta forma de vivir apartando la pereza?

Hay muchos interrogantes a responder, y en ningún caso pretendo entrar a debate contestando algunos de ellos.

Como siempre, lo único que importa es que nos planteemos el porqué de las cosas, y qué sentido tienen para nuestra percepción única y particular de cada uno. No deseo ironizar ni debatir el tema en cuestión.

Se relaciona la pereza con la desmotivación, aunque algunos lo hacen con el aburrimiento. El que se aburre puede ser activo. El perezoso está desmotivado para hacer cosas y prefiere no cambiar su actitud, idea que comparto con la Dra. Magaly Villalobos, médico Psiquiatra y Psicoterapeuta. Define la pereza como la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender a lo necesario e incluso para realizar actividades creativas o de cualquier índole. Es una congelación de la voluntad, el abandono de nuestra condición de seres activos y emprendedores. Dice también que en la antigüedad, lo que se oponía a la pereza era la actividad, no el trabajo. Para un griego el trabajo era cosa de esclavos, pero nunca hubiese dicho que era mejor la inactividad. Se relaciona la pereza con la desmotivación, aunque algunos lo hacen con el aburrimiento. El que se aburre puede ser activo. El perezoso está desmotivado para hacer cosas y prefiere no cambiar su actitud. Para ella, el “perezoso” o el que actúa “perezosamente” es aquella persona que renuncia a sus deberes con la sociedad, con la ciudadanía, que abandona su propia formación cultural (la persona que nunca tiene tiempo para leer un libro, para ver una película, para escuchar un concierto, para prestar atención a una puesta de sol). 

Dicho de otro modo, tenemos un acertijo a resolver: la pereza como síntoma o la pereza de base constitucional.



Lo que más caracteriza a la pereza constitucional es la discontinuidad, o la incapacidad del perezoso en mantener constante un esfuerzo mínimo en algún sentido. Aún y que sienta motivación, no es capaz de seguir de modo continuo en el tiempo un esfuerzo con una misma intensidad. El perezoso no suele trazar un plan con objetivos, más bien improvisa y actúa en el “aquí y ahora”. Sus planteamientos son el “hoy”, no el “mañana”. Aunque pueda tener capacidad y forma de conseguir éxito, fácilmente se cansa y acaba dejando de lado cualquier tarea iniciada.

Sería como mantener una oposición a las obligaciones que nos carga nuestro ritmo y entorno de vida, y como única salida, el perezoso, cambia la ansiedad del modus vivendi por la relajación de la nada. 

Como anécdota ilustrativa recuerdo una pequeña historia de 2 hombres tendidos al sol en un lugar muy caluroso. Uno de ellos le dice al otro que se le está acercando una serpiente muy venenosa y muy agresiva, y que debería levantarse y huir. El otro le pregunta si puede hacerle un favor. Sorprendido, le contesta que sí, y entonces le pide que cuando se levante, que le traiga el antídoto para la picadura de esa serpiente. 




Me llama la atención y me parece relevante que las consecuencias negativas que se derivan de este tipo de pereza, no consigan influir positivamente en el perezoso, que precisamente por serlo, asume los riesgos y el malestar propio del problema derivado, lo cual, es una clara contradicción con el motivo que antes decíamos respecto a la asociación “ansiedad modus vivendi” versus “relajación de la nada”. 

Es por ello que entiendo este tipo de pereza como patológico, y que no tiene nada en común con el de subtipo síntoma. 

La pereza como síntoma no la considero un estado, sino que más bien la relaciono como un efecto secundario de un trastorno del estado de ánimo, de ansiedad, de enfermedad médica, de efectos de sustancias, del sueño, etc.

En este caso, el malestar subjetivo es mucho mayor, y la persona se angustia al no tener la capacidad de reaccionar ante ese abatimiento generalizado. Una vez más, aquello que se deriva de una enfermedad y no es una justificación evitativa, nos produce una sensación desagradable y un sufrimiento continuado.

Y por si fuera poco, hay otros síntomas que agravan el estado emocional del individuo.

Cierto es, por otra parte, que la picaresca del ser humano, hace que paguen justos por pecadores, y en algunos casos, se confunda con vago o perezoso a una persona que tiene pereza como síntoma asociado.

Quizás deberíamos hablar más y juzgar menos, preguntar en lugar de hipotetizar y deducir lo que creemos aparente, y en ningún caso, dar por segura una hipótesis basada en suposiciones gratuitas.

La comunicación, el diálogo, la comprensión, y la empatía pueden ayudar mucho a saber que hay de verdad o no en la pereza como síntoma. Actuemos como si fuese imprescindible saber por boca del otro que es lo que pasa, y recordemos que no siempre “ES” lo que parece.

Con ello, quiero hacer hincapié en la mala prensa de la pereza a nivel global. La mayoría de la gente, considera la pereza como un rasgo negativo e incluso maligno, con el que se relaciona de forma negativa una forma de vida vacía, inútil y censurable.

Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si la pereza fuese necesaria e incluso beneficiosa para el desarrollo humano en todos los sentidos?

Como siempre, que cada uno obtenga sus propias conclusiones y decida lo que pensar, pero sin hacer un juicio crítico definitivo, ya que por mi parte, si algo he aprendido, es a dudar de todo y a cuestionar lo que parece incuestionable.

Quizás más vale ser perezoso y estar despierto, que no serlo y estar dormido.


















dilluns, 14 de desembre del 2015

SOY RICO: TENGO TIEMPO.

En el principio de los tiempos, la vida humana se basaba en la supervivencia. 
Las necesidades no estaban cubiertas, ni mucho menos, y las posibilidades de vida eran muy limitadas. 
El tiempo era un aliado muy valioso, pero en aquel entonces no se sabía ni podía medirse.

A lo largo de la historia y con los avances de la especie humana, el tiempo empezó a tener diferentes etapas, algunas positivas en su valoración global y otras no tanto. 
Me gustaría empezar con una introducción histórica a lo que podemos entender por “tiempo” en el sentido que pretendo daros a entender. Es por ello que a modo de resumen, utilizaré los datos que aporta una monografía de Ramón Sanchís, filósofo y escritor: “Evolución histórica de las concepciones sobre el tiempo”, que creo adecuada y muy interesante. 


EN LA ANTIGUA GRECIA, Platón y Parménides creían en un mundo gradual, con múltiples niveles de realidad. Según ellos, el espíritu precisaba del cuerpo para manifestarse, pero ambos, daban más realidad al espíritu que al cuerpo, algo en contra de la visión que se tiene hoy en día.

Pero si esto es así, el tiempo como medida de lo cambiante tan sólo es necesario en el mundo de la existencia. Por ello Platón proponía un particular uso del día equilibrado, en el que además del trabajo no faltaban los placeres del alma, los «divinos ocios» como él los llamaba, en que las actividades como el teatro, la pintura, la oratoria, la lectura, etc., permitían al alma hallar su alimento diario.

Según Platón, el día se dividía en cuatro partes equivalentes en tiempo: una para ser destinada a dormir, otra para el trabajo, otra para las comidas, la higiene y similares menesteres, y una última a los divinos ocios.


EN LA ANTIGUA ROMA, dividían el tiempo en «ocio» y «trabajo». El tiempo se deseaba especialmente para un uso prioritariamente lúdico y festivo, pero perdían un poco de vista que el tiempo era a la vez la materia con que se tejía la formación del ser interior. Tener tiempo no debería ser tan sólo disponer de él solo para el ocio, sino disponer equilibradamente de él para adquirir conocimiento y crecimiento personal.

Según expresaba Séneca, en su libro «De la brevedad de la Vida» (Tratados morales), “el pasado” ya no es nuestro pues lo poseemos tan solo en el recuerdo, “el futuro” aún nos es desconocido, y por lo tanto, “el presente” es lo único de lo que disponemos, pero éste es tan fugaz como un instante. El tiempo entonces no tiene valor sino en cuanto se hace buen uso del mismo, y aquellos que se lamentan de la brevedad de la vida son los mismos que despilfarran su contenido en vaguedades.

Cicerón, siguiendo la máxima «tempus fugit» y la practicidad romana afirmaba que «cada momento es único», y así el tiempo individual se engarza con un tiempo histórico, un tiempo colectivo que mide el paso y avances de la humanidad en un determinado momento. En su concepción pragmática e histórica, el hombre tiene un destino concreto que descubrir y realizar para poder llegar a «ser», y si no alcanza a realizarlo «deja de ser», pues habría desperdiciado su tiempo, y por lo tanto, su posibilidad histórica de plasmarse y dejar un legado para el porvenir. Su visión no es la de un mundo tan sólo individual, sino de realizaciones colectivas, y su concepción es la de un compromiso histórico que llevó al mundo romano a reunir culturas, religiones, idiomas e intereses, bajo un ideal común.


EN LA EDAD MEDIA, el tiempo discurre como en una línea recta, sin ciclo alguno, y los hombres viven en un tiempo terreno, no autónomo sino creado, pudiendo llegar algún día a alcanzar la eternidad en la que se halla Dios. La eternidad es como un fondo estrellado, distante e inmóvil, pero alcanzable para el hombre que tiene fe. El tiempo lineal da un aliento de esperanza al creyente, pues al final de la larga escalera temporal ésta siempre le llevará a la cúspide de la merecida eternidad. Para la fe cristiana el hombre es un ser trascendente y la vida no es más que un estar de paso.

Para San Agustín, en cambio, el tiempo tenía un componente psicológico, «es la vida del alma» porque el pasado aún existe dado que podemos recordarlo; el futuro también tiene cierta existencia pues podemos anticiparnos a lo que sucederá, y el presente obviamente existe.

El tiempo dejó de ser entonces algo objetivo o psicológico para ser marcado por los ritos, los rezos y las festividades eclesiásticas que, creaban un ritmo cíclico que se repetía cada año, acercando la conciencia en una espiral creciente hacia una captación trascendente. Así la idea de un tiempo lineal en lo teórico dio paso, en la práctica, a un tiempo cíclico que se repetía eternamente tal como concebían las culturas milenarias y ancestrales.



EN EL MUNDO MODERNO, desaparece la visión subjetiva del tiempo, y es a partir de Galileo y Newton cuando la mecánica clásica lo concebirá como un valor matemático, como algo fijo, absoluto y medible, que puede conocerse por experimentos, cuya realidad no precisa relacionarse ya con el movimiento para ser medida, y que existe desde el fondo de los tiempos hasta la eternidad, como algo ilimitado e inamovible, constante como un tic-tac que no pudiera parar.

E. Kant afirma que el tiempo no tiene una realidad fuera de nuestra mente, nosotros somos los que ordenamos nuestras percepciones del espacio y de los objetos según una sucesión temporal propia y subjetiva, que ya existe a priori en nosotros, y que no comprendemos por experimentos o por la experiencia, sino que es una intuición pura previa a la sensibilidad que capta el entorno. Del mismo modo que comprendemos lo que está arriba o abajo, relacionamos los acontecimientos en un antes y un después de modo natural.

Para Hegel, como idealista, el tiempo ya no se considera como un valor ni un marco fijo e inamovible, sino como un camino a través de lo temporal, un devenir que percibe la propia conciencia del hombre y de las civilizaciones para ir acercándose a plasmar la Idea, el Espíritu.

Aparece una nueva revalorización del tiempo personal como imbricado en una realidad histórica; así, filósofos como Hegel, y otros más recientes como Ortega y Gasset, Spengler, Toynbee y Dilthey, han relacionado el «tiempo individual» con un «tiempo colectivo», han anudado el tiempo a la concepción de la historia, recalcando que el hombre en lo colectivo es un ser histórico que no puede vivir de espaldas a su época.

Fue Toynbee quien preparó la idea desarrollada por Mircea Eliade de que el tiempo está sometido a un «eterno retorno», (demostrando que la historia es cíclica, que la humanidad ha visto sucesivas culturas que han pasado por etapas similares de esplendor o por reiterados medioevos, y que las formas gastadas parecen retornar con fuerza, con el empuje de lo novedoso pasados unos años)

EN EL MUNDO CONTEMPORÁNEO, fue el filósofo francés Henri Bergson quien planteó claramente la subjetividad del tiempo, dando un salto cualitativo en las concepciones anteriores.

Para él, hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que podemos medir su duración mediante los relojes, y hay un tiempo auténtico -el único verdadero-, que tiene una «duración real» que conforma la propia vida interior.


Una vez terminada esta introducción, creo que puede entenderse con mayor claridad que a lo largo de la historia, las modas cambian, siempre lo han hecho, y posiblemente, siempre lo harán. Como intento plasmar, lo que antaño se desechaba, ahora es de nuevo reconocido, apreciado y valorado. 

Lo antiguo acaba teniendo incluso más valor que en su máximo momento de esplendor y novedad, y por si no fuera ya de por si asombroso, lo hace muchos años después de que fuera arrinconado o substituido por haber quedado ridículo e insuficiente ante el progresivo avance tecnológico constante.

Y con sus más y sus menos, llegamos a nuestra época actual, dónde el tiempo es sumamente escaso, y curiosamente, tendemos a tener cada vez menos, forzándonos a un estrés y a unas condiciones de vida que nos pueden producir graves alteraciones. La prisa concentrada, atraganta nuestra consciencia y no nos permite disfrutar de lo que tenemos, manteniéndonos en un estado permanente de indefensión que impide la sensación de satisfacción personal.

Vivimos centrados en lo ocurrido (pasado) y pendientes de lo que puede ocurrir (futuro) perdiendo la auténtica realidad que significa el presente, al cual, no le dedicamos mucha atención.

El tiempo es el mismo para todos pero no sabemos aprovecharlo y lo perdemos constantemente, mal utilizándolo en multitud de tareas que suponemos más importantes, pero no necesariamente satisfactorias a nivel emocional.

Transformamos el valor del tiempo en productividad, es decir, todo lo que hacemos es “NO PERDERLO” en situaciones que no generen rendimiento de algún tipo.

Ese es el error que pagamos caro durante nuestra vida, y cuando nos damos cuenta o nos concienciamos de ello, ya es tarde para recuperarlo.

El tiempo que realmente es positivo, mentalmente sano y necesario por no decir imprescindible, es precisamente el que la mayoría categoriza como “pérdida de tiempo”.

El tiempo de ocio, el que no aporta rendimiento pero si satisfacción, placer y bienestar, es el realmente importante y caro, y por ello, no puede comprarlo todo el mundo.

En ese punto, comparto totalmente la idea de Séneca y Cicerón (concepción romana de la utilización del tiempo), pero eso sí, con un aporte suficiente del mismo referido al conocimiento y a la formación individual de cada ser humano.

El tiempo dedicado a la educación, es por lo tanto vital e imprescindible. 



Si de algo empiezo a estar muy seguro es que la vida, en algún momento, nos permite tener una opción de cambio, sea por una causa u otra. Llegamos a una situación crítica que nos obliga a reconducir, replantear o a variar ostensiblemente nuestro ritmo cotidiano. Que lo aprovechemos o no, es sólo nuestra decisión.

Pero lo que yo he vivido por experiencia está muy claro:

- Todos los que han decidido tener un poco más de tiempo para sí mismos, son mucho más felices que antes, y saborean con mayor intensidad las pequeñas cosas del día a día, sin que objetivos insustituibles de antaño, empañen de nuevo esta vida que nunca hubiera existido sin ese cambio de rumbo y esa decisión límite. 

- La sensación de bienestar resultante, equivale sin duda alguna, al placer de tener más de lo que necesitamos, y esa percepción es solamente comparable a la que da una situación económica desahogada en el mundo donde el tiempo productivo es el objetivo principal. Y por ello, desde este análisis, cuanto más tiempo tengo para ociar y/o crecer a nivel personal, más rico puedo considerarme.