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dimarts, 19 de març del 2013

SABER ESCUCHAR

Nacemos con la capacidad de aprender a escuchar. Oímos voces, ruidos, música, y todo tipo de estímulos auditivos. Con el tiempo, los vamos clasificando según nuestro propio aprendizaje. 
Pueden parecernos agradables, positivos, negativos, desagradables, e incluso, insoportables. 

A partir de un nivel de conciencia determinado, es cuando empezamos a tener ciertas dificultades para escuchar.
Y creo que todo empieza cuando somos más conscientes de nuestra propia individualidad. Empezamos a oírnos más a nosotros mismos que a los demás, y nos damos cuenta de que ya no nos resulta tan fácil escuchar.

Sustituimos el modo verbal. 

Pasamos de escuchar a oír, lo cual, no siempre nos resulta ni favorable ni conveniente. Dejamos progresivamente de tener en cuenta una cualidad que hasta el momento parecía arraigada y totalmente aprendida, y empieza a ser más complicado el hecho de escuchar.

Es como si con los años, necesitáramos de nuevo aprender a hacerlo.
Hemos olvidado interpretar lo que oímos, y por eso, nuestra escucha ha cambiado.
De nuevo regresamos a un estado mucho más primario que solamente se basa en oír, sin interpretar. 
Somos de nuevo nuestro propio objetivo: nos centramos en escucharnos a nosotros mismos sin tener en cuenta lo que dicen los demás.


Y lo peor es que no nos damos cuenta de lo que nos está pasando. 
Al no escuchar, tenemos necesidad de pensar por el otro, de suponer los posibles “porqué” de lo que ocurre, y en una palabra, distorsionar la realidad a través de una suposición que damos por segura. 

El resultado de este proceso, es una importante discomunicación: no se produce una relación directa entre el emisor y el receptor, sino del emisor consigo mismo, rompiendo la magia de la relación bidireccional producida en cualquier diálogo, sustituyéndolo por un monólogo que no llega a ninguna parte fuera de mi propio yo esencial.





Por eso resulta tan importante saber escuchar.
Es la base de una comunicación emisor-receptor en los dos sentidos, y a la vez, con una base real, oída e interpretada sin tener que suponer absolutamente nada. 

Si escuchamos, también nos respetamos.
Nuestro punto de vista no es mejor que el del otro, sino diferente, y esta percepción de situación favorece un equilibrio emocional de los comunicantes, permitiendo una relación basada en la comprensión y la sensación de sentir que lo que estamos diciendo, también puede importarle a los demás.


El mensaje del emisor al receptor, debe ser escuchado y entendido, y sólo así, la respuesta del receptor será acorde con la pretensión del emisor. 

En demasiadas ocasiones, por no escuchar lo que nos dicen, obtenemos respuestas que nos parecen inadecuadas o sin sentido.

Escuchar es pues la base de una buena comunicación.

Si no entendemos lo que nos dicen, podemos preguntarlo de nuevo. 

Si no escuchamos lo que nos dicen, no podemos comunicarnos.

Si no nos comunicamos, no nos entendemos.

Si no nos entendemos, no tenemos ninguna oportunidad para arreglar nuestras diferencias, negociar acercamientos mutuos ni favorecer una aproximación afectiva que nos resulte constructiva y satisfactoria.

Escuchemos, y después hablemos, porque lo haremos de un modo coherente y adecuado.

Si hablamos sin escuchar, es que en el fondo, no queremos otra cosa que imponer lo que pensamos, y eso es precisamente lo que nos aleja de los demás.


Escuchar implica mostrar un interés hacia el otro, una valoración a lo que nos dice, y genera de inmediato una sensación de reconocimiento que lleva de forma inconsciente a relajar las tensiones que puedan estar afectándonos. 

Es como un facilitador para conseguir una aproximación y una complicidad relacional indispensable para llegar al acuerdo, a la aceptación o al propio reconocimiento, tanto respecto a mí mismo como respecto a mi interlocutor.

Desde este punto de vista, escuchar, implica unas condiciones determinadas, siendo algunas de ellas las siguientes:

- Aprender a callar cuando nos hablan (cuantas veces el que nos habla, acaba escuchando que lo que nos cuenta también nos ha pasado a nosotros, o incluso, somos nosotros quién le relevamos y le hacemos callar para contarle nuestra situación).

- Aprender a centrarnos en el otro (dejando de lado lo que nos ocurre en ese momento y no volver a centrarnos en nosotros mismos hasta que el otro acabe de explicarse).

- No aconsejar obligatoriamente (no hace falta decir nada en un sentido o en otro, si no nos lo piden. Muchas veces, solamente hablando con nosotros, el otro, tiene suficiente).

En fin, como ya se ha dicho en muchas ocasiones, saber escuchar no es tan fácil, y por lo tanto, deberíamos ser más conscientes e intentar practicar mucho más.

Ya lo decía Winston Churchill: “Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”.