mans

mans

dilluns, 27 de juliol del 2015

LA CONSTANCIA: NECESARIA PERO ABURRIDA


Cuántas veces hemos oído que con la constancia podemos conseguir cualquier cosa y llegar a los objetivos que nos hemos propuesto.

Visto así, la constancia es una virtud y una característica muy necesaria para triunfar en la vida y poder ser feliz.

Pues desde mi punto de vista, aunque estoy de acuerdo en que la constancia es muy necesaria para poder conseguir los objetivos, no tiene nada de excelencia positiva, sino más bien todo lo contrario.

Parece que nos es difícil sentir que triunfamos si no somos constantes. Pero como he dicho en otras ocasiones, lo más importante es plantearse qué es lo que queremos, sin necesidad de obligarnos a que nos tenga que agradar necesariamente aquello que vamos a hacer.

La constancia es dura, aburrida, rutinaria y difícil de mantener.

Podríamos pensar en ella a través de una curiosa matriz con la que coincido totalmente: 



Fijémonos en varios ejemplos en el intervalo de la vida para intentar mostraros cuando aparece o se desarrolla.

En los niños, la constancia es prácticamente inexistente. Sólo un trabajo conjunto de padres, familiares y profesores conseguirá que tengan posibilidades para aprender a serlo. Es un gran esfuerzo que debemos iniciar desde muy pequeños, y no siempre siendo constantes, conseguiremos lo que deseamos. El niño no nace constante, se hace, aprende (o no) a serlo por diversos motivos. 



En los adultos, la constancia puede haber eclosionado después de mucho tiempo desarrollándola y aprendiendo a llevarla a cabo sin plantearse nada más. La incorporamos y mostramos desde el momento en que se ha transformado en un hábito, y como tal, no necesitamos que nos guste o nos apetezca aquello que hacemos, se hace y ya está.

En la vejez, y con mucha experiencia acumulada, nos podemos dar cuenta que no siempre hemos conseguido lo que queríamos aunque hayamos trabajado con constancia y sonreímos al pensar que no podemos afirmar en ningún ámbito que la constancia nos llevará con toda seguridad al éxito.

La constancia es la excusa para hacer cualquier cosa, motivados o no, que podríamos no hacer nunca por elección propia. Es el cajón de sastre para sentirnos admirados, valorados y justificar ante los demás el esfuerzo realizado, nos dé o no un provecho específico.

Hay muchas formas de cortar el efecto de la constancia, cuando en algún momento, y en según qué ámbitos, no conviene ser tan persistente (“constante”):

  • - Un juez constante en su trabajo, con la clara y decidida intención de acabar con una mafia organizada o con una organización terrorista, finalmente, puede acabar asesinado y con una cruz al mérito por una actitud que le ha costado la vida. 

  • - Un político corrupto acaba en entredicho cuando de forma constante, utiliza la prevaricación o el incremento progresivo (y constante) de su cuenta bancaria, sin motivos aparentemente claros, pero que al parecer, siempre pueden justificarse. 

  • - Un deportista que por mucho que se esfuerza y se entrena con constancia, puede acabar siendo retirado del equipo por no llegar a un nivel mínimo de rendimiento necesario. 

Y podría seguir con muchas situaciones “ejemplo más”. En este caso, el famoso dicho “La vida es según el color del cristal con que se mira” nos va que ni pintado. 




Creo que tenemos una idea excesivamente sobrevalorada de la constancia, y que como un estigma iniciático y generacional, prácticamente nos obliga a admirar esa capacidad en el ser humano.

A mi entender, la constancia debería ser una herramienta de trabajo para aplicar en algunas situaciones, y valorarla en los casos en que realmente nos ayude a conseguir una sensación cercana al éxito o a un nivel de satisfacción personal suficiente.

Si la tendencia actual es que todo fluya por sí mismo, y que intentemos rechazar la rigidez porque no nos lleva a nada bueno, deberíamos reconsiderar como llevar a término correctamente nuestros hechos con constancia, que de forma eficaz, nos facilitaran alcanzar las metas deseadas.

Probablemente muchos de los que lean este post se pondrán la mano en la cabeza y pensarán que lo que opino al respecto está fuera de lugar, pero me gustaría que se fijaran y se concentraran un momento en los argumentos que llevan a determinar que la constancia pueda ser considerada como una virtud.

Un valor es una cualidad de un sujeto u objeto. Los valores son agregados a las características físicas o psicológicas tangibles del objeto; es decir, son atributos al objeto por un individuo o un grupo social, modificando (a partir de esa atribución) su comportamiento y actitudes hacia el objeto en cuestión. El valor es una cualidad que confiere a las cosas, hechos o personas una estimación, ya sea negativa o positiva.

La virtud es la integridad y excelencia moral, poder y fuerza, o pureza. Es también una cualidad que permite a quién la posee, ayudarlo en las situaciones más difíciles para cambiarlas a su favor.

La constancia pues debería ser considerada una virtud solamente en el caso que actúe como facilitador de situaciones o de cambio a bien en nuestro quehacer habitual.

El otro gran concepto ligado a la constancia es la fuerza de voluntad, que entiendo como un concepto que engloba a la constancia y a la vez, es una forma de vivir según un auto-control estricto y protocolarizado.

Lo importante en todo caso es el indiscutible valor de la constancia como herramienta, para conseguir lo que nos proponemos, pero de eso a basar el éxito y la consecución de objetivos en ella, hay una diferencia significativa.

El ser flexible, el poder improvisar y cambiar continuamente, suele ayudar a enriquecer al ser humano, y aunque la constancia pueda desarrollarse y convivir con esas capacidades, no debería generar una constante continua que acaba llevándonos al tedio y a una posible apatía por mantener una continuidad generalizada en todos los aspectos importantes de nuestra vida.

Lo simple suele resultar más eficaz que lo complejo.

Ya hablaban de algo similar los presocráticos griegos cuando Heráclito de Éfeso explicaba su teoría del libre fluir en la famosa frase:  
“NADIE SE BAÑA DOS VECES EN EL MISMO RÍO”.
                                                                         
Seamos constantes, pero no siempre ni sistemáticamente.

Improvisemos siempre que podamos, pero no constantemente.

Disfrutemos de la vida y aceptemos las penas como las alegrías.

Que nos satisfaga el esfuerzo de mejorar cada día, sin que necesariamente debamos ser siempre constantes.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno (Baltasar Gracián y Morales, jesuita y escritor español del Siglo de Oro).

divendres, 27 de febrer del 2015

LA MUERTE DEL AMOR. ¿PUEDE EVITARSE?

El amor, igual que las personas, nace, crece, se desarrolla a lo largo de nuestra vida y tarde o temprano, muere.

También enferma de un modo más o menos grave, y por sí mismo, desgraciadamente, no puede curarse ni sanar. Necesita una ayuda de la/las persona/as a las que va dirigido.

En la historia de la humanidad siempre se ha hablado de las personas que mueren de amor, y no niego que pueda ser cierto.

Pero me gustaría hacer un receso en este sentido y comentar que, nunca he leído en ninguna parte alguna referencia a la grave enfermedad que puede padecer el amor hasta el punto de poder acabar con su existencia.

Es como si nos asustara el pensar que esa posibilidad no pudiera existir.

Preferimos pensar y verbalizar que se ha acabado, como dando a entender que podremos encontrar en otro momento una nueva vía para volver a implantarlo y desarrollarlo en todo su esplendor e intensidad. 
Lo que no decimos es que después de su primera muerte, ya no volverá a revivir como la primera vez nunca más.

Igual que la experiencia nos enseña a ver la vida tal como es, y necesitamos años para comprenderla y aceptarla, con el amor, ocurre exactamente lo mismo. El potencial de querer y de amar estará intacto, pero la desconfianza y el temor a sufrir, sobrevolará como una sombra ávida en todo momento influyendo negativamente en los sentimientos vinculados al amor.



La historia se inicia con el enamoramiento. 
No hay nada más intenso ni deseable que ese estado de dulce locura que filtra lo que vemos y lo que sentimos, sin poder tener control alguno sobre nuestros sentimientos y nuestras acciones.

Es como estar sumergido en una felicidad eterna que dulcifica cualquier eventualidad que se produzca en nuestra vida. Es una época dorada, espléndida y llena de alegría y satisfacción que nos gratifica por sí misma.

Nadie debería desconocer ese estado, en el que todo es como queremos y no como en realidad debería ser.

El problema se produce al intentar corporeizar esa sensación, ya que como cualquier percepción humana, necesitamos encontrar alguien a quién poder transmitir y trasladar lo que sentimos, y por el/la cual, ha nacido el amor.

Ese es el inicio de un amor, que empezará un periplo de aventuras en todos los sentidos, y desarrollará un vida más o menos plácida según los acontecimientos que se produzcan.

Ese amor, aprenderá un montón de cosas, adquirirá experiencias y sufrirá. En ocasiones enfermará y se recuperará. Pero tarde o temprano, va a llegar a un punto de “no retorno” y terminará muriendo progresivamente o de forma inesperada y rápida.

Como todo en esta vida, nada es eterno.

El proceso no deja de ser muy interesante. 

Cuando conocemos a alguien que nos gusta mucho, empezamos a imaginar y a cambiar nuestras necesidades y deseos en base a conseguir lo que queremos.

Si somos correspondidos, la ilusión y la felicidad, serán plenas y nos arrastrarán con fuerza hacia adelante.

Es un momento mágico, en el cual, somos capaces de hacer cualquier cosa y de afrontar todas las eventualidades que aparezcan.

Nos sentimos plenos, pletóricos, y con un potencial anímico impresionante.

Cuidamos de todos los detalles, nos cuidamos a nosotros mismos y a las personas que queremos, estamos predispuestos a todo, nunca tenemos un “NO”, nuestra actividad es máxima, y lo más increíble es que “TODO” nos parece bien y lo aceptamos sin un parpadeo ni una ligera duda.

Deseamos que llegue el fin de semana para perdernos en nuestra propia felicidad en un propósito sano y embriagador. 
No somos objetivos y podemos ver y percibir lo que vivimos como mejor nos parezca. 

Estamos en la época del noviazgo. 
A todos les gusta vernos así, y nos refuerzan y contagian con su propia alegría y mejores deseos para nosotros.

Hay que recalcar que en ese momento, la convivencia aún no existe. Nos vemos con nuestra pareja a días, fines de semana, pero no de forma continuada.

Podemos pactar, aceptar, adaptarnos e incluso disfrutar con el hecho de ver a nuestra pareja contenta y feliz. 

No hay nada que oscurezca el horizonte ni nuble nuestro día a día.

Con el tiempo, empiezan los achaques, al principio muy discretos y con largos intervalos temporales entre uno y otro, pero con el paso del tiempo, cada vez son más frecuentes e intensos. 

Tal como decía, el amor va creciendo y tiene mayor posibilidad de experimentar y vivir nuevas situaciones no tan rutinarias. Se expone a contaminantes diversos que empiezan a afectarlo de un modo significativo.

Las primeras exposiciones a estas situaciones virales, pueden desencadenar enfermedades que afectarán sin duda la vida del amor que teníamos hasta ese momento.

Y como en cualquier momento, algunas enfermedades serán leves y se curarán con o sin secuelas, pero otras pueden ser más complejas y de consecuencias más graves.

Estamos en una fase de tránsito en la que se irán produciendo períodos de todos los tipos de perfiles posibles. 

Alternaremos constantemente buenos y malos momentos, pero con cada experiencia negativa vivida, un rastro de dolor y de desengaño, aunque sea muy pequeño, se nos irá pegando muy despacio y sin hacer ruido, hasta que un día, el que tenga que ser, acabará por desencadenar una grave enfermedad en el amor, y éste, podría no superarla.

Hemos llegado a la última meta de la vida del amor: a sus últimos momentos antes de que cierre los ojos por última vez y no vuelva a abrirlos nunca más.


Pero igual que con los seres humanos, una muerte se equilibra con un nacimiento, y en el amor, afortunadamente, ocurre lo mismo.

De nuevo nacerá renovado y volverá a seguir su ciclo hasta el final.

No pretendo contar una bonita historia de amor ni desanimar a nadie al leerla, pero son muchos años escuchando a diversas personas hablar de lo que sienten y de sus experiencias vividas, y por ello, me guste o no, no me parece honesto quedarme solo para mí una experiencia generalizada que se va repitiendo de persona a persona, de generación en generación a lo largo de la vida del ser humano, dando igual de dónde sea, dónde nazca, dónde viva, de que época haya sido y dónde acabe con su último hálito de vida.







dimecres, 3 de desembre del 2014

EGO MIO QUE ESTÁS EN LOS CIELOS

El EGO (el “YO”), en Psicología, se define como la unidad dinámica que constituye el individuo consciente de su propia identidad y de su relación con el medio.
Es, pues, el punto de referencia de todos los fenómenos físicos, psíquicos y sexuales.

Ya por su propia definición, podemos entender la importancia capital del EGO para todos y cada uno de nosotros.

Es nuestro DNI emocional, que enseñamos gustosos a cualquier persona para que no nos conozca para que sepa quién somos, que valemos, que queremos, y toda la información necesaria en base a dotarnos de una significación física y psíquica adecuada.

El ego, tiene muchas formas y muchas intensidades según la persona, la situación y el momento en el que estamos, y es por ello que, a mi entender, requiere una atención específica.




Tal como mencionaba, el ego es nuestra tarjeta de presentación, y aunque no seamos del todo conscientes, intentamos que sea lo más grande y poderoso posible. 
De este modo podemos impresionar, generar admiración, respeto y atención, lo cual, nos resulta imprescindible en muchos momentos de nuestra vida.

Buscamos cualquier forma de poder estimularlo a través de nuestras gestas personales, buscando la aprobación de los demás, pretendiendo ser lo más perfectos posibles y minimizar o reducir a la nada todo aquello que pueda dañarnos esa parte tan sensible e importante que nos arrastra a menudo por los caminos de la amargura.

El ego necesita un cuidado constante, toda nuestra atención y un trabajo exclusivo de muchos años de egoísmo acumulado que nos permitan alimentarlo debidamente para su progresivo crecimiento y desarrollo. 
Si no lo cuidamos puede que debamos pagar un alto precio.




El ego es pues como un hermano mellizo del que no podemos o queremos desprendernos y que nos influye en todos los sentidos para que creamos que lo necesitamos el resto de nuestra vida como único medio que nos asegure una felicidad completa.

El ego, funciona igualmente como un mecanismo compensador de determinados miedos que sentimos y producimos desde que nacemos hasta el final de nuestra vida. 
Esos miedos son complejos y diversos pero creo que una forma de recordarlos sin olvidarlos, es la que presentó en su ponencia “Mecánica y Mística de la Empatía“, el psicólogo clínico Fidel Delgado, consumado especialista en cuestiones emocionales, empáticas y de acompañamiento a enfermos en estado paliativo/terminal.

Para Fidel Delgado, hay un claro ejemplo con un guante que cubre los dedos de una mano. Si saludáramos con la mano enfundada en un guante, poca empatía podemos transmitir, ya que la sensación entre el que da y el que recibe, está significativamente disminuida por el aislamiento resultante del material del que está hecho el guante. 
Propone entonces liberar un poco el ego personal particular de cada persona, cortando las fundas de cada uno de los dedos de la mano, con lo que simbólicamente, nos despegamos de los miedos o temores básicos que influyen directamente en la estructura y organización interna de ese, nuestro ego. 

Cada dedo viene a simbolizar lo siguiente:

- Pulgar, que simbolizaría los temores referidos a nuestra propia valía, a nuestra autoestima y a nuestra capacidad de ser lo suficientemente capaces para demostrar adecuadamente nuestro potencial.

- Índice, que agrupa los miedos a ser criticados, infravalorados o desvalorados en general y a no ser tenidos en cuenta por los demás.

- Medio, que contiene los temores de ser rechazados, apartados y aislados por nuestros actos o formas de comportarnos.

- Anular, que incluye los miedos al compromiso, a sentirnos obligados y/o atados sin poder cambiar nuestra elección.

- Meñique, que se basa en el temor a ser “ninguneados” a pasar desapercibidos o a que no contemos para los demás.

Sin esos miedos, sin duda alguna, nuestro ego se adaptará mejor a lo que sentimos, y a la vez, a lo que creemos que los demás piensan o sienten por nosotros.





El ego entonces, suele funcionar con un doble sentido:

- De forma pasiva, como mecanismo compensador de una necesidad de ser mucho más de lo que realmente somos capaces, intentando esconder nuestras debilidades, inseguridades, dudas y carencias.

- De forma activa, como mecanismo liberador de una necesidad de expresar y/o exteriorizar una agresividad punitiva hacia el exterior que nos asegure un reconocimiento y un respeto para imponer nuestros deseos independientemente de lo que sientan o piensen los demás.



Como dice Marie Curie (1867-1934), física, química y matemática polaca:

             “En la vida no hay cosas que temer sólo hay cosas que comprender”

Es posible que en muchas ocasiones, nuestro ego, nos impida desarrollar nuestras capacidades más altruistas, forzándonos al egoísmo recalcitrante y a una vida de competencia con los demás, despreciando todo aquello que está por debajo de unas mínimas expectativas establecidas con rigor y artificialidad.

El debate que establecemos con nuestro ego hace que no nos identifiquemos con él. 
Si no lo podemos observar, es que somos él, y las consecuencias de ser un ego no son precisamente agradables, aunque al principio, pueda parecer lo contrario.

Con el tiempo, podemos ser mejores si no juzgamos, ni exigimos ni amenazamos con hacer o no hacer algo. 
El equilibrio es la base que aguanta a un universo infinito que se sostiene por la suma de sus partes en un orden que pre-establece la situación que requiere ese momento. 
Ha de ser fluido, flexible, y con poder de reconducir y regenerar las veces necesarias.

No se trata de negar o erradicar al ego, más bien, deberíamos trabajarlo para que sus efectos positivos facilitaran una adecuada vivencia de plena satisfacción y no únicamente de lucha en la que sólo pretendemos ganar y seguir avanzando.

El ego, eso sí, al cuidarlo y engrandecerlo, sin tener en cuenta su potencial perjuicio, nos permite conseguir una meta absoluta: asegurarnos de estar totalmente solos y aislados del resto de personas que nos rodean. Sólo importamos nosotros y nadie más. Al que esta situación le guste, que lo cuide mucho.

Creo interesante la reflexión que podemos hacer tras observar el video de Silvina Saguati, maestra argentina de EP. 

Como siempre, que cada uno saque sus propias conclusiones y utilice lo que crea conveniente para mejorar su situación actual.








dijous, 9 d’octubre del 2014

EL AMOR ES CIEGO: LA PRESBICIA EMOCIONAL.

Efectivamente el amor, es en muchas ocasiones, ciego.

Cuando amamos y sentimos el río del amor, cambiamos la percepción de una realidad objetiva por otra imaginada y absolutamente desmesurada. 
Varían multitud de aspectos fisiológicos y nuestro cerebro genera nuevas y potentes interrelaciones bioquímicas y eléctricas en nuestra compleja red neuronal.

Podríamos definir el amor como una relación con algo o alguien que nos produce un sentimiento de afecto, apego, deseo y necesidad que desemboca en unas actitudes, emociones y experiencias altamente significativas.

La presbicia emocional, es lo que yo denominaría como:

“La percepción hacia los demás, desajustada de la realidad. 
 Y precisamente este es el tema del post, hablar de la ceguera de amor que tanto nos afecta y nos confunde, con consecuencias emocionales muy intensas, y en muchas ocasiones negativas para los actantes de tan delicada relación afectiva.”

Con esta explicación intento aclarar que la presbicia emocional no sólo abarcaría lo que no queremos ver, sino también lo que no queremos oír y lo que no queremos decir. 

Por ello es un problema de percepción global, y sus consecuencias son realmente significativas.




En verdad, la culpa de todo es del enamoramiento, que en sí, actúa como un potente desinhibidor de nuestras percepciones, sentimientos, pensamientos y reacciones. 

Es el mayor responsable de los procesos irregulares a nivel racional que no se producen o lo hacen incorrectamente, a raíz de la “locura sentimental” que nos azota como un huracán de fuerza 5.

La descripción médico-psicológica del enamorado no tiene parangón y en ella, exaltamos y al parecer con convicción, los grandes cambios que podemos sufrir de un día para otro:

Creo que podría intentar describir relativamente lo que sucede y como lo vivimos.

Tenemos muy poca necesidad de dormir, ya que nuestras constantes ensoñaciones de lo que nos gustaría que ocurriera, sustituyen el cansancio de vivir en una dimensión normal, porque en este estado, vivimos en una dimensión desconocida.

No tenemos frío ni calor, ni hambre ni sed, no sentimos dolor ni prácticamente nada ajeno a nuestro propio pensamiento, que a su vez, se nutre de imágenes fantásticas que aún no tienen categoría de realidad.

Nada parece lo suficiente capaz para hacernos reaccionar. Estamos en una irrealidad paralela de la que no nos planteamos escapar.

La vivencia del tiempo es más caótica que nunca, y acabamos perdiendo del todo la capacidad de saber en qué hora, día o mes estamos.

Nuestra mente, constantemente estresada por miles de situaciones diarias, enlentece a un ritmo vertiginoso hasta que parece pararse y perderse en el infinito de nuestra etérea alma, por cierto, muy hiperactivada por los ríos de sensaciones emocionales que recorren todo nuestro organismo, físico y psicológico.

En fin, que casi dejamos de ser seres humanos para transformarnos en seres divinos con muy pocas raíces en tierra firme y un montón de expectativas afectivas que aparecen constantemente para nuestra propia turbación.

Bienvenidos a la locura humana más antigua que se conoce y por la que todos y cada uno de nosotros, deberá sentir en sus propias carnes, al menos una vez en su vida (en general, podría afirmar sin temor a equivocarme, que la viviremos más de una vez).

¿Qué ocurre entonces entre los enamorados?

¿Se comunican y se comprenden?

¿Son capaces de establecer otros vínculos con los que no lo están?

Esas y otras muchas preguntas siempre me han motivado a profundizar más en el tema y a crear hipótesis interesantes para ir desarrollando explicaciones convincentes y aclaratorias.





La comunicación en estos niveles de presbicia emocional es distinta a la que conocemos habitualmente.

Lo digo porque cuando solamente algunos ven determinadas cosas que otros no ven y las creen posibles, aparece un nuevo comparsa en la fiesta: el delirio.

Cuando hablo de delirio, me refiero exactamente a la diferencia existente entre mi percepción y la de todos los demás. Veo lo que veo y siento algo muy particular, que incomprensiblemente, nadie ve ni siente como yo.

Es como si desarrollara un cuadro delirante-alucinatorio pero en un sentido positivo por los claros efectos hipomániacos o maníacos que se implantan por toda la esfera cognitiva y sensorial. 
Bendito sea el subidón de ese enamoramiento.




Este estado parecido al de ensoñación, sustituye de modo inmediato todos los pensamientos negativos, minimizándolos en extremo, e incluso eliminándolos parcialmente durante el período que abarca este período delirante que deviene del enamoramiento.

El tiempo deja de ser objetivo, el pensamiento queda anclado en pocas escenas pero muy intensas, enlentecemos en general nuestro proceso psíquico generalizado (bradipsiquia) y nos centramos en nuestro interior con dificultades para acceder a otras informaciones y hechos de nuestro inmediato exterior.

Ha empezado una nueva etapa llena de ilusión, temor, ansiedad, duda, actividad frenética, deseo, y muchas sensaciones y sentimientos que no tienen orden ni razón lógica alguna.

Podríamos decir que perdemos inconscientemente el poder sobre nuestro pensamiento, conducta y actos a realizar. Nos movemos por impulso y actuamos espontáneamente sin razón aparente.

Esta primera parte se corresponde con el enamoramiento, y solamente si conseguimos superar esta visión presbiciana, podremos llegar a tener una relación más intensa y profunda que dará lugar al establecimiento del amor propiamente dicho.

Podemos estar enamorados y amar a una persona, pero cuando amamos, no necesariamente debemos estar enamorados.

Como siempre el misterio más antiguo de la Naturaleza y la auténtica vinculación de los unos con los otros, dependería de un sano equilibrio entre lo que pensamos y lo que sentimos, entre lo que decimos y lo que callamos, entre lo que admiramos y rechazamos y entre lo que esperamos y lo que debemos vivir sin otra opción intermedia.

El truco es simple yn a la vez complicado: enamorémonos para poder amar, y una vez conseguido amemos de forma enamorada todo lo que podamos.




La presbicia emocional, o llamadla como gustéis, existió desde un principio, sigue manifestándose en toda su plenitud y continuará como una compañera de vida de todos y cada uno de nosotros hasta el fin de la humanidad.